Alfonso Ussía

«Villa cagona»

La Razón
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Cuando Isabel Preysler y Miguel Boyer se instalaron en su nueva casa de Puerta de Hierro, la humanidad fue informada con una noticia fundamental. La casa tenía dieciséis cuartos de baño. Gracias a ese dato singular alcancé los aledaños de la inmortalidad. En un programa de Luis Del Olmo y un artículo en ABC, bauticé al nuevo hogar preyslesiano como «Villa Meona», y así es llamada más de dos decenios después. La casa fue objeto de un pleito vecinal, y en una audiencia que el Rey Don Juan Carlos concedió al Consejo de Administración del Banco Exterior de España presidido por Miguel Boyer, el Rey preguntó al exministro con jovial naturalidad.–Miguel, ¿Se solventaron los problemas de «Villa Meona?»–. Y Boyer balbuceó: –Bueno, Señor, ahí estamos–.

«Villa Meona» está en Madrid, y «Villa Cagona» en la localidad flamenca de Sint-Pawels. «Villa Cagona», preciosa, espaciosa y clásica villa es propiedad del millonario flamenco Walter Verbraeken, vinculado al partido ultranazi Nueva Alianza Flamenca. La propiedad no se reduce a la casa, sino al inmenso jardín de dos hectáreas y media que la rodea y embellece. Veinticinco mil metros cuadrados de jardín, son muchos metros. El gran hallazgo se debe a «La Razón», que a doble página nos ilustra y alegra la vista con el exterior y algunos rincones interiores de «Villa Cagona», el hogar belga de Puigdemont, felizmente motejado por Boadella como «El Capullo».

En la cárcel de Estremera, Oriol Junqueras, como todas las mañanas, ha leído los diferentes periódicos que le mantienen al día de los acontecimientos. Se trata de una prisión moderna, pero en nada se asemeja a «Villa Cagona». Para colmo, comparte la celda con Joaquim Forn, que es bastante voluminoso. Ignoro lo que habrá comentado Junqueras cuando ha visto las fotografías de «Villa Cagona», pero mucho dudo que le hayan complacido. Mientras Junqueras ha asumido su participación en el Golpe de Estado como vicepresidente del pasado Gobierno de la Generalidad de Cataluña, su expresidente –que no le informó de su fuga a Bélgica–, vive como un millonario en Flandes, en una casa esplendorosa, disfrutando de un jardín de ensueño a instalado en el más gozoso de los lujos. Los millonarios, y más aún si llevan sangre flamenca, no acostumbran a ser generosos. Le ha podido regalar, con gran esfuerzo, un mes de alquiler a Puigdemont, pero alguien tendrá que pagar a partir de ahora las mensualidades pertinentes de tan fabuloso arrendamiento. Lo que Puigdemont ha dejado claro con el alquiler de «Villa Cagona» es su decisión de no volver a España durante un tiempo. Y todos los entusiastas masoquistas que le han votado, también habrán experimentado una amarga llamada de la decepción. Se decía, meses atrás, que Puigdemont estaba loco. De loco nada. Puigdemont es un caradura como el tejado de «Villa Cagona», que es tejado extenso por cuanto cubre una superficie construida de mil metros cuadrados.

Ya no se verá obligado a buscar bosques y parques públicos para pasear. Lo hará en su inmenso y bien cuidado jardín. Y en su mesa de comedor de diez plazas sentará a la bella Elsa Artadi y otros pagafantas de su partido a modo de «Gobierno de Cataluña en el exilio». Un juego divertido, pero muy caro. Para formar ese «Gobierno en el exilio» necesita del apoyo del partido de los encarcelados, y mucho me temo que será apoyo excesivamente medido. Entiendo al Capullo. Si yo fuera él, viviendo en «Villa Cagona», rodeado de un fascinante jardín y manteniendo la fidelidad de tantos tontos, Estremera no es destino seductor. Ahí restará hasta que los tontos leales se harten de pagarle el alquiler de «Villa Cagona», que no pasará mucho tiempo para que principie el hartazgo. El cobarde huido, el «caganer», el cagueta, el golpista, seguirá sonriendo desde «Villa Cagona» cuando uno a uno, todos sus compañeros del Golpe, sean enviados a prisión por los delitos que cometieron bajo la presidencia del gran farsante.

«Villa Cagona».