Julián Redondo
Villar
Según Albert Camus, «inocente es quien no necesita explicarse», y Villar, la verdad, se explica bastante poco, prácticamente nada ante la opinión pública y ni pizca con los opinadores. Ese silencio suyo sugiere juicios de valor que sólo quienes le conocen destierran. Parafraseando a Fray Luis de León, decíamos ayer que quien pone la mano en el fútbol se achicharra, pues hay quien pone las dos por Villar, porque está convencido de su honradez, de su bonhomía, de que no tiene nada que ocultar ni fechoría de la que avergonzarse, y de que no le salpica ni uno solo de los escándalos que sancionan e inhabilitan a tantos de esos vips que pululan por los palcos y asoman descarados en las fotos. El poder de la pelota.
Villar, además de presidente de los árbitros, lo es también de la Comisión Legal de la FIFA y «predica con el ejemplo», aseguran sus máximos defensores. Cuando el fiscal Michael García le llamó para declarar, lo hizo «y se ofreció a colaborar en todo lo necesario. No se negó a contestar; pero tampoco soltó lo que el fiscal quería oír». Durante 35 minutos dicen que dijo la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. El resultado del interrogatorio, en contra de lo que se ha publicado, es que ni le han investigado ni le están investigando, ni está imputado ni relacionado con las corruptelas que tambalean los pilares de la FIFA y de la UEFA, dos organismos de los que es casi máximo responsable.
Poner la mano en la lumbre por Villar es un reto que sus más colaboradores arriman a las ascuas incandescentes sin temor alguno. «Villar no ha comprado ni ha vendido votos. Es inocente», proclaman sus defensores.
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