Ángela Vallvey

Viral

El gran problema de internet es que carece de filtros de autoridad, quiero decir: de «auctoritas». Tendemos a confundir autoridad con autoritarismo. Nada que ver. Quien posee «auctoritas» es una autoridad porque «sabe», su sabiduría es reconocida por su trayectoria, ha demostrado ser docto y prudente. Su saber lo «autoriza» a decidir sobre algo (no a mangonear en ello). Quien posee «auctoritas» en una materia está avalado moralmente para ser regulador del asunto en cuestión. El principio de autoridad no es un principio de autoritarismo, pero donde no existe autoridad moral reina el autoritarismo del caos y la confusión ética, que esclavizan incluso al libre albedrío. En teoría, internet sería la realización de un sueño igualitario, democrático, emancipado del control sometido a intereses espurios o las tentaciones tiránicas del poder establecido, una isla franca y asequible, ideal para conquistas de la imaginación y el conocimiento. En la práctica, es un espacio borroso y ambiguo, en el que la falta de «auctoritas» consigue mantener la información en estado de constante equívoco, turbiedad y contradicción, cuando no de simple falacia. En internet no existe cualificación moral de la fuente, sino «cantidad» de lecturas, visionados o «me gusta». Así resulta imposible distinguir el hecho real del rumor, la verdad de la mentira, la realidad de la fantasía delirante.

Antes de internet, la prensa había conquistado una «auctoritas» indiscutible. Lo que se publicaba en un periódico «serio» (bien diferenciado del «amarillo» o sensacionalista, es decir: con vocación reconocida de fantasioso o embustero), tenía carácter de veracidad indiscutible. El periódico «serio» lo hacía gente «seria», con «auctoritas», incapaces de cometer una falta de ortografía. Ahora, cualquier farsante puede alcanzar la fama con un blog en internet, mintiendo a ritmo electrónico y esparciendo la falsedad como medio de comunicación de masas. Lo viral sustituye a lo veraz.