Cristina López Schlichting

«Volem un pais sense fronteres»

Desolada vengo de Cataluña, donde he pasado media semana en el entorno de Vic, en plena zona nacionalista. Y no es por Mas, ni tampoco por Junqueras, ni siquiera por Ómnium Cultural, la plataforma que ha organizado el follón. Es por la escandalosa dejación de funciones del Gobierno. Como el pseudo referéndum ha dejado claro, hay montones de españoles en Cataluña que se niegan a elegir entre su patria chica y la grande. Gente silenciosa, rodeada de esteladas, que trabaja sin dar la lata a los demás, en medio de un ruido insoportable. Cuando preguntan cuál será su destino en una Cataluña «liberada», se les contesta con todo el morro: «Os vais». Saben, naturalmente, que la ley está de su lado y que los que les amenazan son injustos, pero sus hijos viven y crecen bajo lemas como «Independencia es dignidad». Los de Omnium llegan a sus casas y plantean encuestas con preguntas como éstas (tengo el folleto amarillo sobre la mesa): «¿Qué le parece prioritario de la relación con Europa? A) Tener el euro B) Asegurar las relaciones comerciales C) Ya decidiremos si queremos o no continuar en la UE». O también: «Si Cataluña fuera un Estado tendría entre 8.000 y 16.000 millones de euros más ¿Cómo piensa que se deberían gastar? A) Mejorar las infraestructuras B) Mejorar la educación, sanidad y pensiones C) Bajar los impuestos». Aparte la chulería acerca de la UE, la mera encuesta inyecta en el desavisado una fantasía mentirosa. Ahora bien ¿qué hace el Estado para contrarrestar semejante campaña de marketing agresivo? Nada de nada. Los niños catalanes rellenan desde hace semanas carísimas pegatinas amarillas con sus deseos para el futuro país libre («Un país donde todos los días haya helado de postre», escribe alguno) pero nadie explica a la opinión algo tan simple como que, en apenas 20 años, si llega, la capital de Cataluña no se llamará ni Barcelona ni Madrid sino, sencillamente, Bruselas. Será la misma que la de Baviera, Burdeos o Sevilla. ¿Sería posible que alguien invirtiese algo de dinero –a lo mejor bastaba con la mitad de la pasta con la que la Generalitat unta las mentes catalanas– para explicar un lema tan simple como «Queremos una Europa sin fronteras?». Aquí hay una vergonzosa dejación de responsabilidades, sólo compatible con una cómoda e indiferente estancia lejos de Vic, de Girona o Lleida. No cabe ampararse en años de educación sesgada en las aulas. Hay cosas que se pueden hacer ahora mismo y en directo, al menos los nacionalistas las están haciendo espectacularmente.