Julián Cabrera
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Una ola de entusiasmo recorre las filas socialistas tras su conferencia política. O degeneraba en el rosario de la aurora, o contribuía a poner al menos nuevamente en pie al elefante herido. Conseguido lo segundo a la grupa de ese «el PSOE ha vuelto» de Pérez Rubalcaba, ahora queda la fotografía de la realidad, que se irá haciendo más nítida conforme se vaya desvaneciendo el humo de la explosión controlada y con él algunos interrogantes de los que convengo en media docena.
Uno, las nulas pistas de Rubalcaba a la hora de definir sus intenciones de futuro. Dos, las consecuencias reales de un giro a la izquierda que ciertamente busca frenar el trasvase de votos a la IU de Cayo Lara pero que deja más allanado el espacio de centro al PP. Tres, cuánto va a durar la tregua, que no paz definitiva con el PSC, teniendo en cuenta que todos optaron en la conferencia por silbar y mirar hacia arriba a la hora de contemplar el llamado «derecho a decidir». Cuatro, puntuales silbidos al margen y subrayada la tradición republicana, cómo queda la defensa de la monarquía parlamentaria cuando se insta a la Corona a algo patente en décadas de convivencia como es la ejemplaridad. Cinco, cómo se va a traducir ese «acercarse a las mareas ciudadanas». Y seis, repetido el numerito de marcar distancias con la iglesia, cuándo se va a explicar como se pagarían los prometidos beneficios sociales a las clases bajas. De la conferencia política todos salían sonrientes y vendiendo unidad mientras miraban a ambos lados de reojo, se palpaban la cartera y echaban una larga ojeada final por el espejo retrovisor, y es que el PSOE ha vuelto, es cierto, para ofrecernos a propósito de las primarias, no un desfile de trineos tirados por cervatillos, sino las inmisericordes cuadrigas de Ben Hur.
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