Violencia de género
Volver a casa
Ha estado casi un mes en paradero desconocido, seguramente, y en palabras de Albert Camus, entre las ruinas, preparando un renacer que inició ayer cuando volvió a casa con sus hijos. Agradecía Juana Rivas haber encontrado un juez humano que la escuchara. Para bien o para mal, los jueces deben ser justos y guiarse por la ley, porque aquello que para Juana es un juez humano, puede que para la otra parte no lo sea tanto. El juez que ha decidido su puesta en libertad dice que la gravedad del delito cometido no merece su ingreso en prisión. Parece lógico. Ya sé que con la ley en la mano –como así creía la Fiscalía que pidió su ingreso en prisión sin fianza– se puede entender de otra manera, y que en este tipo de historias la ciudadanía y los periodistas nos dejamos llevar más por el corazón que por la cabeza. Pero es complicado entender el ingreso en prisión de una madre –como también de un padre, el género no debe discriminar esta realidad– cuando cree, acertadamente o no, actuar por el bien de sus hijos. Curioso el destino. El mismo día que Juana se entregó a la Justicia regresaba de su periplo judicial y carcelario la española María José Carrascosa, condenada en Estados Unidos a 14 años de prisión por desacato y por llevarse a su hija a España sin el permiso paterno. Dos historias parecidas, que no iguales, con un desenlace bien diferente. Igual que el lugar de nacimiento te condiciona la vida, también lo hace el rincón del mundo donde tomas decisiones. Esperemos que la historia de Juana tenga un final feliz. Ayer empezó a escribirlo.
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