Ángela Vallvey

¿Vuelve la mili?

El 23 de noviembre de 1881 –ha llovido desde entonces, aunque no todo lo que debiera, en la patria de la «pertinaz sequía»–, se quejó Canalejas en el Congreso de que el Ejército siempre andaba zascandileando en medio de toda decisión política de la época, marcando la pauta de los partidos políticos, atorados de crisis en crisis, que no espabilaban más que al toque de los tambores de la milicia. «Un pretorianismo que engendra el caudillaje», se quejó don José, que tenía el atrevimiento de ser «regeneracionista y liberal» y acabó... muriendo en un atentado terrorista, por supuesto. Al pobre, mientras estaba mirando el escaparate de una librería, lo asesinó un anarquista. A mí siempre me gustó Canalejas, no por sus ideas políticas –que también, puesto que eran bastante decentes para su época, e incluso para la nuestra–, sino porque fundaba periódicos y leía libros. ¡Era lector! Si el terrorista aquel levantara ahora la cabeza (y el revólver homicida) y quisiera practicar un crimen, hay muchísimas más posibilidades de que encontrara a su víctima en un puticlub que en una librería. Los tiempos cambian. Así, el Ejército ha pasado a ser insignificante políticamente, todo lo contrario que en el siglo XIX. La mili no existe desde hace tanto tiempo que los mozos que hoy fueran llamados a filas, ya ni saben de qué va eso del servicio soldadesco. Desde que no hay mili, y fueron descabezados poco a poco los mandos franquistas (algo de lo que se ocupó Felipe González), los ejércitos españoles han sufrido grandes transformaciones. Ahora se enfrentan a problemas bien distintos de aquellos decimonónicos. Un teniente general, Rafael Comas, aboga por recuperar la mili, «con otro formato». ¿«Dos mesecitos» de «training» castrense para la generación del Pequeño Nicolás y Alberto Isla...? (¡Pues no pide usted nada, buen hombre...!).