Debate de investidura
¿Y ahora qué?
El espectáculo de nuestros políticos ha sido realmente decepcionante. Unos más que otros, por supuesto. No soy de los que equiparan a Pedro Sánchez con Rajoy, por la sencilla razón de que uno ganó y el otro perdió... y además por bastante diferencia. Pero resulta frustrante escuchar las razones de unos y otros y comprobar que, aunque quizá tenga razones, no tienen razón ninguna para impedir que gobierne el PP.
Pero las cosas son como son y hasta que el PSOE no convoque un Comité Federal, o un Congreso decida el partido que quiere ser en la futura España, poco se podrá avanzar en nuestro país: el bloqueo institucional estará garantizado. A no ser que Pedro Sánchez siga un par de años más y consiga reducir a testimonial la representación de aquel partido que un día gobernó España.
Vale, pero... ¿y ahora qué? Pues hay dos posibilidades, porque lo de las terceras elecciones parece que está descartado por todos. La primera, como ya he dicho varias veces, es que el PNV necesite para gobernar en el País Vasco –tras el 25 de septiembre– al PSOE y al PP. Si así fuera, Rajoy podría ser investido con los votos de los nacionalistas vascos –con el visto bueno de Ciudadanos, por supuesto– y eso no sería malo, sino incluso bastante bueno. No viene mal recordar que así gobernó Aznar su primera legislatura.
La segunda opción –posible como la primera– es que el PSOE se divida y algunos de sus diputados apoyen la investidura con su abstención. He de reconocer que esta posibilidad resulta más complicada. Es mucho lo que se juegan los líderes territoriales si se enfrentan al aparato. No hay más que ver el ejercicio de autoridad que ha demostrado Pedro Sánchez en Galicia desmantelando las candidaturas de dos provincias en plena campaña autonómica, y cómo las protestas de los marginados se han quedado en nada. Bueno, en nada de momento; esperarán a la caída de Sánchez para ajustar cuentas: menudos son los gallegos! Pero hasta ahora, no se ha movido casi nadie.
Sin embargo, el verdadero problema de esta segunda opción radica en que toca la fibra, la línea medular, de la problemática del PSOE. Casi todos sus dirigentes reconocen hoy que su secretario general es la manifestación más palmaria de la crisis que atraviesa el partido; y no por su talante, que eso podría ser pecado de inexperiencia- sino por la insignificancia ideológica y los malos resultados que ha aportado a su formación.
El partido socialista lleva en crisis desde que Zapatero quiso convertirlo en un partido regionalista con derecho a decidir incluido. Todo lo que ha venido después, no es más que consecuencia del pasmo del que no han sabido salir ni sus dirigentes, ni sus militantes, ni tampoco sus votantes. Ni siquiera la pérdida de mayorías absolutas del PP en varias comunidades autónomas sirvió para que emergiera un nuevo y más poderoso partido, crecido ante la llegada al poder. Parece como si ese nuevo poder vicario –por el apoyo de Podemos– les pesara tanto que haya impedido la reflexión sobre su futuro. Y ya, en los lugares en que no gobiernan, como en los ayuntamientos de Madrid y Barcelona, se hubieran resignado a permanecer como partido residual a las órdenes de los populismos.
Por eso, si nos planteamos lo que podría ocurrir mañana, o dentro de unas semanas, debemos mirar al partido socialista aunque, desgraciadamente, sea cada vez más prescindible en la vida política española. Pero la realidad es que necesitamos al PSOE pero, sin duda, también a otro partido socialista.
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