César Vidal

¿Y ahora qué, Artur?

Llevo diciéndolo décadas y, como en tantas otras cuestiones, contemplo con dolor que el tiempo me da la razón. Salvo algunos infelices, el nacionalismo catalán nunca ha sido otra cosa que la cobertura de ciertas oligarquías desalmadas cuya ansia consiste en sacarle más dinero al resto de España mediante la amenaza de la secesión. La apuesta, en cierta medida, se convirtió en casi obligada cuando la entrada en la Unión Europea provocó la voladura las leyes proteccionistas que, desde hacía siglos, esa misma oligarquía había logrado que aprobara el Gobierno nacional. Pero no se trataba sólo de unas élites codiciosas sino también de la necesidad de Pujol de crear unas clientelas que lo sostuvieran electoralmente y le permitieran cumplir sus sueños psicológicos y económicos. Durante años, el truco funcionó esgrimiendo la amenaza de irse –yo mismo la contemplé durante la Transición– y provocando más y más cesiones del Gobierno central para que no se marcharan. Pero llegó un momento en que se produjo la conjunción siniestra entre los que estaban en el secreto y sabían que sólo era una farsa para trincar y las masas lobotomizadas durante décadas con el despropósito nacionalista. Con unas redes sociales que te permiten convocar lo que quieras en diez minutos o adelantar a los grandes programas de radio en la descarga de «podcasts» en un par de días, con un gasto creciente debido a la corrupción y a los paniaguados, con centenares de miles convencidos de que «Espanya ens roba», Artur Mas tenía que lanzar el órdago independista a la espera de que todavía le dieran más dinero del que se le ha dado en los últimos años y de que las bases no se le desmandaran. Dinero público se le ha entregado hasta el escándalo en medio de una crisis pavorosa –el Gobierno de Cataluña se ha convertido en el mayor cesto sin fondo del presupuesto– aunque, justo es decirlo, los centenares de miles de millones son insuficientes para mantener un sistema absurdo, despilfarrador e imposible. Pero Mas ha visto, a diferencia del Pujol de Banca Catalana, que podía acabar en la cárcel. Cobarde, como históricamente ha sido siempre el nacionalismo catalán, al final, ha pisado el freno. Ahora sólo queda que no paguemos su descomposición de vientre con más fondos de todos los españoles y que esperemos a ver si ERC repite la jugada que liberó a Serbia de una carga como la que significaba Kosovo. Si no fueran tan cansinos, hasta resultarían entretenidos.