Ely del Valle

Y los trenes chocaron

La Razón
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No sé si después de lo de este domingo, y a la espera de lo que ocurra en lo que queda de semana, alguien ha tenido tiempo de hacer acto de contrición por haber permitido que la situación en Cataluña haya llegado a esto. Son décadas de mirar para otro lado; de permitir que la Generalitat haya ninguneado la educación en castellano y a quienes lo denunciaban; de tragar con algo tan surrealista como que en una parte de un país se multe por rotular empresas y comercios en la lengua oficial; de no actuar ante la creación de «embajadas» paralelas con el dinero público, y de ser complacientes con comportamientos al margen de la ley que a ningún ciudadano de a pie se le consentirían.

Los independentistas se han ido viniendo arriba como niños mimados mientras se les dejaba hacer, no fuera a ser que alguien acusase a alguien de meter las narices donde no debía. La cuestión es que ahora tenemos al monstruo tan bien alimentado y tan acostumbrado a hacer de sus apetencias leyes, que a ver quién es el guapo que consigue que vuelva al rebaño en el que nunca se le obligó a estar.

Lo del domingo ha sido la puesta en escena de una coreografía mil veces anunciada; el fracaso de Soraya como encargada de un diálogo que nunca existió ni como hipótesis; la constatación de que bajarse los pantalones sistemáticamente sólo sirve para apuntalar las sinrazones, y la prueba de que quienes llevan años avisando de que esto podía acabar muy malamente, no estaban equivocados. A estas alturas ya no hay posibilidad de negociación sin víctimas ni otra manera de retroceder que la de seguir avanzando con la Ley en la mano, esa misma que se ha aplicado con una tibieza insólita mientras algunos hacían de su capa un sayo y otros consentían por asegurarse un puñado de votos.