Presidencia del Gobierno
Y Podemos votará en la calle
Pablo ya ha escrito en mármol su epitafio: soy el mayor mentiroso de la historia de España. El gran jugador de póker vuelve a hablar de farol antes de que el PSOE termine la partida. Piensa que ganará la calle pero va a perder lo poco que le queda. Los nietos de Zapatero van haciéndose mayores, y las viejecitas no quieren jaleos, sino que les susurren al oído que son las más guapas. Cuanto más mayores somos, más presumidos. Y que van a cobrar la pensión. Le guste o no a Carolina Bescansa, no se vota en la ESO. Lo único que le queda a Podemos es el botellón a las puertas del CIE y los desheredados que ya no creen en nada. El día de la posible o la anunciada investidura se prepara una algarada a las puertas del Congreso. Pura democracia. Rajoy se bautizará con un entierro. Los cadáveres de la revolución pasarán por su puerta para amargarle la dulce minoría. Cuanto más griten los podemitas más votos se llevará el presidente, que en esta etapa final le auguro los mejores momentos de su mandato. Ya le importa un bledo ganar. Sino que dejen a España en paz. Y a él. Veremos barricadas como nunca en Madrid la semana que viene, cuando los diputados pulsen el botón nuclear de la abstención. Pero cuanto más se caliente la calle más se enfriarán los corazones en este remedo del 15-M, convertido ya en una sombra de la realidad, en la nueva caverna. Pablo Iglesias está desesperado, dando empujones para salir en primera fila, tirando a los niños un balón sobre una placa de hielo sobre el que caerán al agua fría en una suerte de genocidio de las juventudes que le quedan. Ese día de la investidura, si es que llega, les pondrán cuernos a Susana Díaz, a Rajoy, a Albert Rivera para hacer un escrache a la política de verdad. Prepárense para el acto final de este año de teatro de marionetas e insultos a la inteligencia. Colau verá su ataúd pasar para que le tiren huevos como al Franco decapitado. La alcaldesa quiere cortarle la coleta, que para eso es antitaurina, en su ensoñación de ser la primera presidenta de la España a la que aborrece. Al final lo devorarán los suyos, o las suyas, que también tienen hambre como para asar una vaca sagrada.
El día de la investidura, si es que llega, se pasará la voluntad popular por donde suele. Buscará un eslogan. El día de la infamia. La fiesta de la vergüenza. En fin, esos estribillos de una canción plagiada. Si los socialistas fueran listos, algo que ahora no demuestran, empezarían a pactar reformas a espaldas del populismo para dejarles sin cartas ni argumentos pueriles. No lo verán nuestros ojos devorados por los cuervos. Cuando alguien le tosa, Iglesias se constipará. Antes nos queda el carnaval de la investidura, si es que llega, con sus gigantes, cabezudos y drags queen. Toca aguantar en plan travesti radical, que cantaría Alaska, y ver la vida pasar en esta pesadilla antes de Navidad.
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