Cristina López Schlichting

Yihad española

Se equivocan quienes piensan que decapitar a una persona en la calle o poner explosivos en un maratón es cosa de «lobos solitarios». Los asesinos de Gran Bretaña estaban conectados con las redes terroristas islámicas de Somalia. Los hermanos Tsarnaev, de Boston, con las de Chechenia. El joven Mohamed Herat, que asesinó en Francia a siete personas, se había entrenado en los campos de Afganistán y Pakistán. Internet teje una sutil y opaca red de conexión entre quienes optan por el yihadismo ¿Puede ocurrir un atentado así en España? El profesor Manuel Ricardo Torres, experto de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, me contesta rotundamente: «Sí, no me extrañaría en absoluto» ¿Dónde está el peligro? No tanto en las comunidades de Cataluña, ni en las mezquitas o las barriadas islámicas de Andalucía, donde a menudo son los propios musulmanes los que alertan de elementos radicales. No, los terroristas están alrededor de nosotros, en sus casas, y participan de muchas de las características del joven español. Padecen la crisis, experimentan desilusión por el sistema y sueñan con una solución fácil, un nuevo régimen, líderes carismáticos, redenciones en la tierra. Comparten enemigos con los antisistema: el «capitalismo internacional», el «bipartidismo caduco», el sionismo... Por eso hay medios de propaganda del llamado 15-M financiados por Irán. Por ejemplo, el Canal 33 de la TDT en Madrid, que hace alabanza de los regímenes bolivarianos. Curiosa mezcla: Cuba-Venezuela-Teherán. Y por eso este caldo de cultivo progre también lo es del islamismo radical porque, como explica el experto, «la yihad da un sentido a la vida, llena un vacío existencial». Cientos de miles de personas se nutren en internet de proclamas antidemocráticas. La emisión de filmaciones de los llamados escraches y desahucios, donde la Policía es presentada como represiva y violenta, es constante, por ejemplo, y sirve para hacer creer que vivimos en una dictadura. Hay que tomar tres tipos de iniciativa. Primera, educar –sobre todo desde la red– y evitar la propaganda antisistema cuando constituya delito. Segundo, propiciar nuevas formas de política democrática (primarias en los partidos, circunscripciones unipersonales, listas abiertas) que acerquen la política a los ciudadanos y despejen el espejismo de una gestión distante e inútil. De otro modo, no sólo el terrorismo islamista, sino otro más cercano –del tipo de los anarquistas detenidos recientemente en Cataluña– puede poner en jaque el orden democrático que tanto ha costado. Y, tercero y más importante: hay que reflexionar sobre el vacío cultural que padecen quienes creen que Chávez o Jomeini son los nuevos santos. ¿Qué proponemos a las nuevas generaciones?