Julián Redondo

Yo confieso

La Razón
La RazónLa Razón

A punto de cristalizar su traspaso al Madrid, aparecieron unas fotografías de Cristiano Ronaldo y Paris Hilton en una sala de fiestas que dieron pie a un sinfín de lucubraciones: que si ve unas faldas se pierde, que le gusta la noche más que a Dinio, que menudo profesional... Maledicencias y envidias. Es difícil encontrar a un futbolista que se cuide más que él. Su culto al cuerpo beneficia su estado de forma y eso le da pie a decir cosas como ésta: «Soy guapo, rico y un gran futbolista. Me tienen envidia». O esta otra: «Si todos estuvieran a mi nivel, iríamos primeros».

Su afirmación después de la derrota ante el Atlético causó un incendio tremendo que luego corrió a sofocar, pero no corrigió sus críticas a los compañeros suplentes, «muy buenos», pero no como «Karim, Bale, Pepe o Marcelo». Por eso ha dado explicaciones a quienes a diario comparten vestuario y entrenamientos con él; cenas, no, que no estamos para abrazos ni para besitos.

Ha pedido disculpas: «Se me ha malinterpretado». El arrepentimiento es oficial; el propósito de la enmienda, cuestión por determinar. Cristiano dista de ser el atormentado Montgomery Clift en «Yo confieso» ni cuando confiesa. Le preocupa más que Marcelo considere a Messi el número uno que lo que piensen sus compañeros de él, y no es cuestión de prolongar el suspense en plan Alfred Hitchcock ni de abrir una profunda investigación como la de Tom McCarthy en «Spotlight». En el caso que nos ocupa las cartas están boca arriba, no hay que indagar y, según qué opinadores, Cristiano merecerá arder en el infierno por criticar a sus compañeros o una estatua en Valdebebas por señalar a los médicos implícitamente: «Yo acuso», pero ésta es otra película.