Tribuna
La Constitución de 1978 en la encrucijada
Este espíritu de pacto, de acuerdo, de diálogo, de búsqueda de soluciones a los problemas reales fue posible porque de verdad se pensaba en los problemas reales de la ciudadanía
Hoy, 6 de diciembre, la Constitución de 1978 cumple un nuevo aniversario rumbo a la cincuentena. Y hoy, en un tiempo en que quien más responsabilidad tiene en su defensa la lesiona para permanecer en la poltrona, es un buen momento para recordar su sentido y funcionalidad como espacio de convivencia y de defensa de las libertades de los españoles.
En efecto, en la historia de un país hay hitos históricos que contribuyen a conformar los rasgos de la ciudadanía política de sus habitantes. Olvidarlos, desvirtuar su sentido, o convertirlos en un tópico inerte, como se intenta en este tiempo, afecta realmente a nuestra propia identidad de ciudadanos. El 6 de diciembre de 1978, como es sabido, se abrió para España y para todas las personas que habitamos en esta tierra, un esperanzador panorama de libertad, de justicia, de igualdad y de pluralismo político.
Rememorar esta fecha nos ayuda a valorar estos preciados bienes, lamentar su ausencia en tantos años de nuestra historia, recordar el esfuerzo de su consecución, y reafirmar nuestro compromiso de preservarlos y enriquecerlos a pesar del intento constante y pertinaz de los actuales gobernantes por laminar los valores de la concordia y el entendimiento con el fin de instalar una nueva tiranía entre nosotros.
Hoy, qué pena, se ha roto el consenso y se gobierna desde la aritmética política despreciando el entendimiento, que, en lugar de ser camino para la búsqueda del interés general, se convierte en ariete para el enfrentamiento. Por eso, qué oportuno es traer a colación ahora el espíritu de consenso y de tolerancia que se puso particularmente de manifiesto en la elaboración de nuestro acuerdo constitucional. Muchos de nosotros podemos recordar con admiración la capacidad política, la altura de miras y la generosidad que presidió todo el proceso de elaboración de nuestra constitución de 1978. Una vez más se cumplió la máxima de Dahlmann: «En todas las empresas humanas, si existe un acuerdo respecto a su fin, la posibilidad de realizarlas es cosa secundaria...».
En aquel tiempo el sentido común, el talento de los actores políticos, y la moderación pensando en el bien general, alumbraron un amplio espacio de acuerdo, de consenso, de superación de posiciones encontradas, de búsqueda de soluciones, de tolerancia, de apertura a la realidad, de capacidad real para el diálogo que, hoy como ayer, debieran fundamentar nuestra convivencia democrática.
Este espíritu de pacto, de acuerdo, de diálogo, de búsqueda de soluciones a los problemas reales fue posible porque de verdad se pensaba en los problemas reales de la ciudadanía. Entonces, se supo comprender el alcance de las necesidades, de los anhelos y de las aspiraciones legítimas de los ciudadanos. Por eso, cuando las personas son la referencia para la solución de los problemas, entonces se dan las condiciones que hicieron posible la Constitución de 1978: la mentalidad dialogante, la atención al contexto, el pensamiento compatible y reflexivo, la búsqueda continua de puntos de confluencia y la capacidad de conciliar y de escuchar a los demás. Y, lo que es más importante, aparece la generosidad para superar las posiciones divergentes y la disposición para comenzar a trabajar juntos por la justicia, la libertad y la seguridad desde un marco de respeto a todas las ideas.
Como es sabido, cuando se trabaja desde la tolerancia y el respeto a las ideas de los otros, cobra especial relieve el proverbio portugués que reza «el valor crea vencedores, la concordia crea invencibles». En aquellos tiempos sonaban canciones que todavía resuenan en las actuales circunstancias: «el pueblo unido jamás será vencido», o aquella cantinela: «habla pueblo habla» que hoy tiene particular interés ante decisiones que deberían contar con la voz del pueblo soberano.
En este tiempo tan delicado es menester recuperar el ambiente social y político de concordia y tolerancia que hizo de la transición a la democracia un modelo a imitar en tantas latitudes. De lo contrario, seguiremos instalados en ese cainismo y maniqueísmo que, adobado con una calculada dosis de control y manipulación social, generan esa inestabilidad y enfrentamiento que tanto daño hacen a nuestro país y a todos los españoles.
A tiempo estamos.
Jaime Rodríguez-Aranaes catedrático de Derecho Administrativo y miembro de la Academia Internacional de Derecho Comparado.
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