Letras líquidas

La corrupción, Europa, ¿y tú me lo preguntas?

Resulta inverosímil legislar por libre o en dirección contraria al viento bruselense, menoscabando, por ejemplo, delitos como la malversación

Cuando en la Nochevieja de 1986 los españoles descorchamos las botellas de champán se celebraba, en realidad, algo más que el año nuevo que comenzaba. Estrenábamos época, con más incógnitas que certezas, y con su inevitable mezcla de ilusión e ingenuidad. España ya era Europa. De verdad. Más allá de la casualidad geográfica y se convertía en miembro de pleno derecho del club más «vip» del mundo. Del primero de los mundos, además. Y con ese ingreso se añadirían, paulatinamente, el progreso, la actualización y la mejora de un país que urgía cambios y modernidad. Que llegaron, en efecto, y se consolidaron a través del despegue de los parámetros patrios.

Un ascenso social colectivo trufado, también, a lo largo de los años de modificaciones en la propia organización europea. Al incremento exponencial en el número de sus integrantes, se sumaban retoques sustanciales: de la firma en 1950 de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero a la reforma en Maastricht del Tratado de la Unión media, no solo el paso del blanco y negro al color, sino para ser precisos, el de un universo conceptual a otro. Luego vinieron Ámsterdam, Niza y Atenas, ciudades que nombran los intentos de más Europa a través de la superación de aquellos «golpes» que decía Monnet y, por fin, Lisboa, cuyo tratado zanjó el debate constitucional (tras años de amagos, como el de Giscard d’Estaing) y configuró una especie de cuerpo jurídico común asimilable, pero aún lejos, de los estados clásicos. El ensayo-error científico convertido en el eje de la construcción europea que se ha visto puesto a prueba, como nunca, en el arranque enloquecido del siglo XXI: crisis económicas, migratorias, la complejidad del Brexit, la pandemia, una guerra más que fronteriza y, por último, corrupción a la vieja usanza en el Parlamento europeo con el «Qatargate».

Esta sucesión de tensiones ha reforzado los intentos para homologar la realidad común que somos, en materia económica, fiscal, de defensa o política exterior. Y un ámbito más se ha añadido estos últimos días: la propuesta de la Comisión Europea para reforzar y unificar las distintas legislaciones contra la corrupción en los países miembros y en las propias instituciones comunitarias. Los fondos europeos nos unen como nunca y resulta inverosímil legislar por libre o en dirección contraria al viento bruselense, menoscabando, por ejemplo, delitos como la malversación. Actuaciones así, como esa reforma apresurada del Código penal por parte del Gobierno, vuelven a retratar la incapacidad de muchos para entender la esencia comunitaria, casi cuarenta años después. Ay ¿qué es Europa? ¿Y tú me lo preguntas?