Letras líquidas
La corrupción y el fracaso
El siglo XXI desestabilizando las conquistas del XX. Y España se suma a la tendencia global
En tiempos de fronteras hay una que ha sido digna de un Nobel. La alambrada que divide Nogales en dos ciudades, norte estadounidense, sur mexicano, marca de tal forma a sus habitantes que mientras en Arizona la mayoría tiene estudios secundarios, goza de protección sanitaria (más o menos amplia), un nivel de renta medio-alto y unos estándares de seguridad suficientes para desarrollar una rutinaria tranquilidad, en Sonora parece que vivieran a años luz, con peores indicadores en todos sus ámbitos, pese a estar distanciados por apenas unos metros. Si comparten clima, geografía y rasgos culturales, ¿qué factor es el que les aleja? Ese abismo llamó tanto la atención de Daron Acemoglu y James A. Robinson, ganadores del prestigioso galardón sueco de economía de este año, que lo estudiaron, lo analizaron y llegaron a la conclusión de que la prosperidad se asienta en la solidez de las instituciones y lo plasmaron en el esclarecedor «Por qué fracasan los países» (Deusto). Y en el mundo de hoy, su tesis no puede ser más oportuna cuando la realidad se empeña en contradecir a Fukuyama y su reconfortante «fin de la historia» y los organismos de control internacionales coinciden en alertar sobre la pérdida de calidad de las democracias y los sistemas liberales que tan por consolidados dábamos.
El siglo XXI desestabilizando las conquistas del XX. Y España se suma a la tendencia global. Basta con mantenerse mínimamente informado para advertir el desgaste institucional, pero si además acudimos a los indicadores, por ejemplo, del Banco de España, la percepción se torna certeza: la pérdida de calidad institucional desde mediados de los noventa nos sitúa ya por debajo de la media europea en índices como la efectividad del gobierno, el Estado de derecho o, ay, el control de la corrupción. Ecos como de otras épocas, de chalés, pagos dudosos, comisiones y mordidas, viejos desmanes patrios, que nos obligan a replantearnos en qué lado de la alambrada queremos estar.
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