Con su permiso

Corruptos, europeos y machistas

No se apaga aún el eco de la sentencia por los EREs y tenemos ya el caso de las corrupciones cutres y salchicheras del Tito Beni. Apesta ética y estéticamente.

Se le hace a Edelmira que el pobre Pedro Sánchez debe de estar pasándolo mal. Y le entristece. Ella tiende a ser condescendiente con los errores los demás, sobre todo si les reconoce constancia y arrojo. También en los errores. Su marido, Alonso, le dice que es demasiado buena para este mundo y este tiempo, pero le contesta siempre que si Dios perdona a los criminales cómo no va a ser ella tolerante con los que en la tierra fallan. Aunque sea mucho.

A estas alturas nada de Sánchez le sorprende. Y piensa que realmente merece las espinas y cantos de filo que se está encontrando en el camino porque eligió la peor ruta con los peores compañeros posibles. Así y todo, le inspira algo parecido a la ternura, hasta compasión en algún momento, lo que esta semana se le ha venido encima. Que es mucho. Porque son grietas en algunos de los cimientos del clásico argumentario socialista, aun el pasado por la túrmix del cambiante Pedro Sánchez.

Alonso y ella eran de los que siempre votaban a Felipe González. En aquel país de cambio y esperanzas, apostaron por quienes decían que a España no la reconocería ni la madre que la parió. Así fue. Creció el país. Fluyó el diálogo. Se culminó un tránsito imposible. Se encarriló una historia que abandonaba desencuentros y guerras, y Edelmira y Alonso participaron de la felicidad colectiva de convertir a España, por fin, en un país europeo, igualitario e incorruptible.

Lo creyeron de verdad. Hasta que se levantó el telón y metidos ya en Europa, con leyes que no diferenciaban ricos y pobres ni hombres o mujeres, y llenándosele a todos la boca de limpieza y rigor públicos, estallaron escándalos, se publicaron fotos y se conocieron hechos que se alejaban de aquella realidad pintada de colores sobre las esperanzas de todo un país. La verdad, la cruel e incuestionable verdad, era que seguían las corrupciones porque había quien, desde el poder, o miraba para otro lado o no se enteraba de lo que había alrededor. «Lo cual –decía a menudo Alonso– se me antoja aún peor».

Él dejó de creer en la política. Ella se resignó a lo menos malo y a veces le señalaba actitudes y personas que le parecían dignificar ese oficio.

Hace algunos años también picaron con aquello de que el bipartidismo podría desactivarse con la llegada por la izquierda y por la derecha de organizaciones con vocación de hacer las cosas de otra forma.

Pero resultó que los nuevos adoptaron los hábitos y la forma de los antiguos. Copiaron sus registros de actuación y ambicionaron sus posiciones. Uno, el que tenía el líder más ciego y ambicioso, ha terminado desapareciendo. El otro se metió tanto en el papel de los que había, que terminó gobernando con ellos. ¿Para qué? ¿Qué han cambiado? ¿Dónde está lo nuevo, lo revolucionario? A día de hoy, sostiene Alonso, su objetivo de gobierno es mantenerse para no desaparecer definitivamente.

Ahora que estamos más cerca de las elecciones, ve Edelmira cómo éstos que eran de la gente, son más suyos que nunca y hacen sin pudor electoralismo descarado. A costa del PSOE, eso está claro. Por eso le sorprende que Sánchez haya dejado tanto margen a la Montero ajena para que campee a sus anchas, con la ley del sí es sí sobre terreno tan sensible para los socialistas como es el feminismo. Tanto, que a día de hoy el asunto les ha enfrentado y Podemos no apoyará la reforma que ha propuesto el PSOE. Se han dejado ganar la bandera feminista.

Pero es que les hace aguas otro de sus compromisos más pétreos y electoralmente eficaces: la lucha contra la corrupción. No se apaga aún el eco de la sentencia por los EREs y tenemos ya el caso de las corrupciones cutres y salchicheras del Tito Beni. Apesta ética y estéticamente, y arrebata vigor a la bandera de la corrupción. También es evidente.

Pero es que además también se les tambalea el europeísmo. Porque resulta que el enemigo de clase opta por decirle a Europa que lo de aquí no lo es tanto. En las semanas previas a que el malabarista Sánchez se orle con la presidencia de turno de la Unión Europea, uno de los grandes empresarios españoles, Rafael del Pino, anuncia que se cambia de país. No lo dice, pero deja caer que aquí se paga mucho y se garantiza poco. Que los impuestos altos cohabitan con una inseguridad jurídica que algunos empresarios están cansados de padecer. O eso dicen, que Edelmira tampoco sabe mucho de eso. Sí observa que el asunto arroja algo de sombra sobre el supuesto europeísmo de un Gobierno al que se le van los empresarios a otros países de Europa. Y que además no tiene problema en criticarlos incluso ante otros socios de la Unión.

Lo siente por Sánchez, y el mal trago que debe estar pasando. Qué le va a hacer. Aunque por la forma en que el pobre se lo toma, daría la sensación de que el titiritero está preparando un nuevo y sorprendente giro de guion para salir de este intrincado laberinto.