El bisturí

Las cosas ya no son tan chulas para Yolanda Díaz

Al igual que le sucedió a Iglesias, la abogada también está siendo diluida por el sanchismo

La izquierda radical que afloró al hilo del nada espontáneo movimiento 15-M, también conocido como el movimiento de los indignados, se está diluyendo como un azucarillo depositado en una humeante taza de café. Año tras año, elección tras elección, primero Podemos, luego Sumar y entre medias los dos, tanto monta monta tanto, pierden fuelle entre el electorado y se encuentran a un paso de quedarse incluso sin el escaso electorado que atesoraba la Izquierda Unida (IU) verdadera en la época de José María Aznar.

La debacle de este conglomerado de partidos de denominaciones dispersas comenzó con su entrada en el primer Gobierno de Pedro Sánchez, una vez consumada la moción de censura contra Mariano Rajoy. El error de Pablo Iglesias de aceptar un cargo en su momento de máxima popularidad mediática fue mayúsculo porque cercenó posiblemente de forma involuntaria las alas de Podemos, cortó en seco su supuesto ímpetu revolucionario y confirió a sus dirigentes la misma condición de casta que con tanta saña como demagogia prometían erradicar en cada comparecencia pública. Ilusionado como estaba, el electorado quedó desencantado. Engullido por las fauces del sanchismo por voluntad propia, aquel fallo estratégico llevó al propio Iglesias al precipicio y arrastró con él a Irene Montero, la ministra a la que terminó de dar la estocada su errática ley del sólo sí es sí. El hundimiento de Podemos fue inexorable.

El otro grave fallo del mediático líder de la ultraizquierda fue dar alas en esos tiempos de gloria a Yolanda Díaz, a la que todos conocían ya en Galicia por sus ansias cainitas y su voracidad a la hora de intentar acaparar cargos. A esta abogada laboralista le faltó tiempo para apuntillar a los camaradas que con tanta ingenuidad la elevaron a los altares al otorgarla el altavoz del Ministerio de Trabajo, de lo que se deduce una importante lección que la izquierda se empeña siempre en ignorar: su verdadero enemigo no se encuentra enfrente, en los rivales políticos situados en las antípodas, sino dentro de sus propias filas, y ese enemigo es el que la lleva siempre a languidecer.

El comunismo ofrece abundantes muestras de tamañas purgas allí donde se ha establecido. A partir de ahí, la historia de la izquierda postIglesias es de todos conocida. Sabedora de que la marca Podemos estaba ya abrasada, Yolanda Díaz recurrió al marketing y renombró al movimiento con la denominación Sumar. La treta le ha permitido ocupar cuatro ministerios y una vicepresidencia en el suntuoso último Gobierno de Sánchez, mientras Podemos agoniza entre estertores y lamentos por la oportunidad perdida, pero el efecto se ha desinflado ya.

Al igual que le sucedió a Iglesias, la abogada también está siendo diluida por el sanchismo y a medida que transcurren elecciones, se empequeñece cada día más. Al margen del eterno fiasco de Madrid y del de las generales, las elecciones gallegas fueron el primer gran pinchazo de la gallega y sus huestes. En las vascas, la historia se ha repetido, sin que se haya escuchado hasta ahora autocrítica, exactamente igual que le sucede Podemos. Las cosas chulas que promete la gallega para sus fieles tendrán que esperar una mejor ocasión. Ni el maquillaje de las estadísticas de los fijos discontinuos ni las ocurrencias mediáticas salvarán a Sumar de su desaparición como entidad con representación política. Hoy, el peso del partido y de sus ministros en el Ejecutivo es el de sostenerlo. Pan para hoy y hambre para mañana.