El canto del cuco

La cuestión marroquí

La duda razonable, que implica de lleno al que aspira a la reelección como presidente del Gobierno, debería quedar completamente despejada antes de acudir a las urnas.

Convendría aclarar antes de acudir a las urnas si el candidato Pedro Sánchez está en condiciones, caso de ser elegido, de volver a presidir el Gobierno de España. Urge despejar la extendida sospecha de que puede estar siendo chantajeado por una potencia extranjera. Las razones que se aportan no son despreciables. Nunca se ha sabido a qué se debió el repentino cambio de la política española en el Magreb. De amigos de Argelia, poco después de recibir en secreto al líder del Frente Polisario en una clínica de Logroño, con la consiguiente crisis con Marruecos, pasamos de un día para otro a comunicar al monarca alauita la entrega del Sáhara. Averiguaciones periodísticas han comprobado que no existe en los archivos del Estado la carta original en la que el presidente Sánchez comunicaba al rey Mohamed VI la histórica decisión, de la que ni siquiera se había dado cuenta al Parlamento ni, según parece, al Rey Felipe VI. Todo muy extraño, una escandalosa anomalía. Por si fuera poco, el texto filtrado a «El País» parece una mala traducción del francés, lo que indicaría que se preparó en el palacio real de Rabat y se envió a Sánchez, de forma impositiva, para que lo firmara.

Pero falta lo más inquietante. Coincidiendo con la crisis con Marruecos, el presidente Sánchez y la ministra de Defensa, Margarita Robles, fueron espiados utilizando el programa israelí Pegasus. Lo proclamó públicamente el portavoz de La Moncloa. La información extraída del móvil presidencial es cuantiosa, kilométrica. Nunca se ha conocido el material sensible que contiene y que ha caído, según todos los indicios, en manos de una potencia extranjera. El sorprendente giro del Gobierno español, sin encomendarse a Dios ni al diablo, en el caso del Sahara ha dado pie a destacados observadores, entre ellos al Parlamento Europeo, a sospechar que ese material está en manos de Marruecos. Nadie lo ha desmentido de forma convincente.

El asunto, como se ve, es de extrema gravedad. La duda razonable, que implica de lleno al que aspira a la reelección como presidente del Gobierno, debería quedar completamente despejada antes de acudir a las urnas. La sospecha del chantaje pone en duda la pertinencia de la candidatura de Pedro Sánchez. Debería ser él el más interesado en aclarar la situación. Con este «sambenito» encima no está en condiciones de ejercer como presidente del Gobierno ni de ocupar un puesto de responsabilidad en la OTAN o en la Unión Europea. La «cuestión marroquí» puede convertirse en el «cisne negro» de la campaña electoral, más que la política de pactos o los debates entre candidatos.