Tribuna

La debilidad de la democracia liberal y el fin de Occidente

Occidente lucha por mantener un sistema internacional regido por normas, pero muchos países, demasiados, piensan que ese sistema solo representa la defensa de una hegemonía liberal anglosajona, montada por los Estados Unidos y el Reino Unido en beneficio propio

La legitimidad del poder en una democracia liberal depende esencialmente de su control institucional. Cuando las instituciones del Estado, creadas por la nación para controlar a los gobiernos y limitar su poder, fallan en su misión principal, la fractura política y social se muestra sin remedio.

Una democracia liberal polarizada se enfrenta a momentos especialmente difíciles durante los procesos electorales, como estamos viendo actualmente en España. Las tensiones políticas en las democracias surgen como consecuencia de que las instituciones democráticas viven en una permanente campaña electoral olvidando los problemas reales de los ciudadanos. Se centran en una simple lucha por el poder.

Es por ello por lo que los vínculos democráticos entre los partidos se difuminan y se observa como políticos fracasados postulan prescindir de los diputados de otro partido, legal y legítimamente elegidos, lo que manifiesta no solo una profunda enemistad sino una perversión de los modos y medios democráticos, precisamente por aquellos que más presumen de ellos.

La enemistad política se manifiesta en el desacuerdo permanente que brota como amenaza para el sistema. Como manifiesta Andrés G Martín en un documento de análisis del IEEE se percibe el peligro de que la competencia entre los partidos deje de ser por representar a la nación para convertirse en una competencia por dominar a la nación misma.

La polarización política puede generar frustración y sensación de impotencia en las democracias y proyectar una imagen de incapacidad en el exterior. Por otra parte, el descrédito del sistema democrático, que se genera desde dentro por extralimitarse o abusar de las instituciones, puede además alimentarse desde fuera exacerbando las contradicciones.

En 2020, el tema principal de la Conferencia de Seguridad de Múnich fue el cuestionamiento de Occidente, tanto desde dentro como desde fuera. El informe de la conferencia, titulado Westlessness, expone un desolador panorama donde se muestra la decadencia de Occidente y reconoce su ausencia como fruto de una crisis de identidad, unida a un desplome de su prestigio internacional.

En 2021, la Conferencia de Múnich quiso mirar más allá, Beyond Westlessness. Precisamente, el presidente Biden anunció en la Conferencia que América volvía a Europa. Doce meses después comenzaba la guerra en Ucrania y todo cambió.

En 2022, los organizadores del encuentro en Múnich reconocen que el agotamiento de Occidente genera una sensación de impotencia colectiva para gestionar adecuadamente los retos globales. El punto de partida no es nada esperanzador pues lo representan unas democracias liberales abrumadas por la sensación de incapacidad de solucionar los conflictos que genera la inestable situación internacional actual.

Sin duda la debilidad de la democracia liberal como modelo político se percibe en todas partes, de ahí la proliferación de movimientos políticos que la cuestionan desde planteamientos de izquierda radical, antisistema y anticapitalista que se aprovechan de la situación de desánimo y debilidad.

El líder del mundo occidental, Estados Unidos, vive la peor inflación, la mayor caída real de los salarios en cuarenta años, los precios más altos registrados del combustible, el mayor aumento de precios en los alimentos desde 1979, la peor escasez de mano de obra en la historia, la peor ola de delincuencia de este siglo y el endeudamiento público más elevado de la historia, alcanzado el tope legal de 31,5 billones de dólares (trillions en USA).

Esto unido al endeudamiento derivado de la guerra en Ucrania podría provocar un incumplimiento del pago de la deuda estadounidense, lo que arrastraría al mundo a una profunda crisis financiera. La desastrosa retirada norteamericana en Afganistán y la prolongada guerra en Ucrania son factores que condicionan el escenario poniendo en duda el liderazgo norteamericano.

Occidente lucha por mantener un sistema internacional regido por normas, pero muchos países, demasiados, piensan que ese sistema solo representa la defensa de una hegemonía liberal anglosajona, montada por los Estados Unidos y el Reino Unido en beneficio propio. Lo que es peor es que tanto los primeros como el segundo tienen actualmente mas de «desunidos» que de cualquier otra cosa a pesar de su nombre.

El problema para Occidente es que la inestabilidad económica, social y política de los Estados Unidos nos afecta muy especialmente. Estados Unidos se enfrenta simultáneamente a un repliegue de su poder e influencia en el exterior, a una pérdida de pulso doméstico derivado de la crisis interna y la polarización y a un ascenso, aparentemente inevitable, de otra gran potencia. Malos augurios.