Tribuna
La economía y el cine
En España, a pesar de la difusión del español, cualquier subsector de nuestra industria química, automoción, maquinaria o agroalimentación presenta mayor competitividad
Las producciones cinematográficas españolas cerraron 2022 con una recaudación de apenas 80 millones de euros, consiguiendo llevar a las salas poco más de 13 millones de espectadores. El éxito, no obstante, fue para «Padre no hay más que uno 3» que lideró el ranking con más de 15,5 millones de euros de recaudación y casi 2,8 millones de espectadores, seguido con mucho de «Tadeo Jones 3». Muy distantes de aquel gran récord de 2014 con 125,7 millones de euros gracias a «Ocho apellidos vascos», que en solitario recaudó 56 millones. O sea, también en el cine, seguimos sin alcanzar cifras prepandemia, aunque por razones peculiares.
Y es que el sector audiovisual, en su producto final que es la película, cabe analizarse en cuatro subsectores: cinematográfico, videográfico, televisivo y multimedia digital. Con una cadena de valor que comprende: producción, distribución y exhibición. Susceptible de convertirse en auténtica industria, siempre que sea capaz de generar un clúster económico. Un capital físico y humano, de personalidades creativas de muy diferentes actividades productivas; de distinto arrastre económico y variedad de oficios demandados. Con eslabonamientos hacia adelante, atrás y aguas arriba. Empezando por un buen guion, seguido de productores, actores, y toda clase de especialistas, técnicos informáticos, electricistas, carpinteros, decoradores, músicos, maquilladores y estilistas.
Con una competencia desigual con el cine norteamericano, conformado como una industria oligopolística que otorga a unas pocas compañías –las «majors»– la decisión sobre qué filmes producir y promocionar. Seis conglomerados especializados en cine, series y demás. Pero orientados al mercado. Y cuyas filiales de producción y distribución copan más del 80% de sus ingresos de taquilla. Donde los incentivos fiscales son importantes pero no determinantes, como también aquí nuestro Tribunal de Cuentas ha evidenciado. Cuyos actores provienen normalmente del teatro universitario, que luego les permite una vida laboral alternativa hasta dedicarse profesionalmente al cine, conscientes que sólo una minoría podrá conseguirlo. Así, la industria audiovisual es uno de los primeros sectores exportadores, de la economía norteamericana. En España, mientras, a pesar de la difusión del español, cualquier subsector de nuestra industria química, automoción, maquinaria o agroalimentación presenta mayor competitividad. Sin apenas significación exportadora.
Sin embargo, tenemos excelentes actores, directores y técnicos. Con ciertas producciones de éxito circulando por las plataformas. Además de buenas biografías y novelas históricas o de ficción, que normalmente inspiran los mejores guiones cinematográficos en el mundo. Siendo quizás los guionistas el eslabón más débil de nuestra industria. Esos que encerrados unos meses con un texto entre manos, son capaces de implicar a financiadores privados, que con su olfato empresarial avizoran el potencial de un buen guion cinematográfico. Al que siempre habrá que añadir toda clase de subtítulos y doblajes, demandados hoy para el aprendizaje de idiomas, además del plus exportador.
Pero es que además la generación de Arte, sirve a nuestra diplomacia pública –soft power– y la propia marca España. Porque el llamado «séptimo arte» tiene un atractivo singular como muestran los Premios Goya. O los «Platino», más volcados en la internacionalización integrando a Portugal y Brasil, como vía para la distribución mundial cinematográfica lusoespañola.
Así que desde 1897, en que nace el cine en España con «Salida de Misa de doce del Pilar de Zaragoza» de Jimeno, hasta Santiago Segura, Garci, o Amenábar, hay un largo camino. Que debería presentarse más integrado. Con ese poder multiplicador que la pantalla tiene para reproducir o imaginar la realidad, recreando épocas y personajes. Integrando aquellas filmaciones pioneras de inicios del XIX de los Gelabert o Chomón, a hoy. Pasando por las más de 200 películas españolas creadas en los años veinte y el Congreso de Cinematografía (1928). Con directores como Perojo, Florián Rey, Lugín, Delgado, Guerra, Lupo, Elías, Buchs, o Roldán, incluyendo a los luego exiliados Sobrevila, Azcona, o Velo. Con artistas como Concha Piquer, Imperio Argentina, o Celia Gámez, que luego sobresaldrían. Incluyendo las 36 ediciones 1941-1976 con sus premios anuales del Sindicato del Espectáculo. Y directores como Neville, Gil, Sáenz de Heredia, Orduña, Ardavín, Forqué, Escribá, Lazaga, Lucia, Vajda, Berlanga, Bardem, Buñuel, Armiñán o Borau. Más los artistas que con ellos florecieron, Ana Mariscal, Conchita Montes, Fernando Rey, Alfredo Mayo, Manolo Morán, Isbert, Rodero, Prendes, Fernán Gómez, Montiel, Rivelles, Rabal, y tantos que plagaron nuestra industria. Conformando con los actuales un «continuum» cual Fondo de Comercio útil para cualquier sector productivo. Eslabones de estos 125 años de nuestra industria cinematográfica merecedores de la creación de algún nuevo Goya o Premio Platino especial.
Los países, ciudades, operadores turísticos y empresas, desean difundir su mejor imagen, y sky lines. Siempre que el producto ofrezca perdurabilidad, calidad y posibilidades de retorno. Con sus paisajes, calles, puentes, palacios, castillos, monasterios, o simples edificios más o menos icónicos. Conciliando crítica y público. Sin sectarismos. Con grandeza.
Javier Morillas.Catedrático de Economía Aplicada. Universidad CEU San Pablo.
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