Elecciones

Abascal sabe lo que se juega España

Dado el sistema electoral español, que distorsiona el voto en la mayoría de las circunscripciones provinciales menos pobladas, es un hecho que la fragmentación de los partidos del centro derecha acabará por favorecer en el reparto de escaños al PSOE, a nivel nacional, y a las formaciones nacionalistas en las regiones donde tienen más implantación, como Cataluña y el País Vasco. En este sentido, el caso de Álava es paradigmático, puesto que los votos que las encuestas otorgan a VOX en esa provincia supondría, nada menos, que el PP se quedaría sin representación, pues el cuarto diputado pasaría a Bildu o a Podemos, sin que el partido de Santiago Abascal tuviera la menor opción de traducir sus apoyos en un escaño. Esta circunstancia reza igualmente para todas las provincias donde se eligen seis o menos representantes, pero con especial incidencia en Soria, Guadalajara, Huesca, Teruel, Cuenca, Ávila, Palencia, Segovia, Zamora y las ciudades de Ceuta y Melilla, donde VOX debería superar el 30 por ciento de los votos para obtener un diputado. En definitiva, que más de la mitad de los sufragios que los últimos sondeos atribuyen a Santiago Abascal –1.260.000 votos–, no sólo no tendrían aprovechamiento alguno, sino que acabarían por dar la mayoría al PSOE. Es, pues, muy importante que los electores no se dejen confundir por el «efecto Andalucía», ya que en el conjunto de España la ley D´Hont opera esos efectos perversos que hemos denunciado, y actúen en consecuencia. Sin embargo, a nadie se le escapa que la mayor responsabilidad de un resultado electoral que acabara reeditando un Gobierno de Pedro Sánchez, forzosamente supeditado a los apoyos de nacionalistas, proetarras y radicales de izquierda –que no han dudado en alinearse con «el derecho a decidir» en el mayor ataque sufrido por la Nación española desde la Transición–, correspondería a Santiago Abascal, que ayer, frente a las razonables demandas del líder popular Pablo Casado, reiteró su negativa a retirar las candidaturas de VOX en las circunscripciones más comprometidas, incluso las que se presentan al Senado, cuyos votos serán perfectamente inútiles. Sabe Abascal, al menos debería ser consciente de ello, de que en estas elecciones está en juego la idea de España tal y como la conocemos. Que la más que probable conjunción entre unos nacionalismos que se han saltado todos los principios constitucionales, una extrema izquierda radical y un PSOE llevado a la deriva populista de la mano de Pedro Sánchez amenaza con dinamitar la ya maltrecha estabilidad política de la Nación. Pero es que, además, si la aritmética parlamentaria de la moción de censura se repite, si el bloque constitucionalista se queda sin opciones, los valores y los principios que defiende VOX no tendrían valedor alguno. Sólo en un Gobierno del Partido Popular encontraría Santiago Abascal un interlocutor dispuesto a sentarse a la misma mesa de negociación y proclive a atender sus propuestas, que, por otra parte, no están en la antípodas de las que mantienen los populares. El otro escenario es de sobra conocido: la demonización y exclusión de la formación verde, tildada de extrema derecha, cuando no directamente de fascista, por un jefe de Gobierno que ha anunciado reiteradamente su intención de extender un cordón sanitario sobre Abascal y todo lo que representa. Por supuesto, la decisión de coordinar una estrategia electoral favorable con Pablo Casado no es sencilla ni fácil de explicar a sus votantes, muchos de los cuales proceden de la abstención o están desencantados con las políticas que ha llevado a cabo el PP. Pero el riesgo para los intereses generales es tan cierto, tan evidente, que la apelación al voto útil nos parece no sólo pertinente, sino absolutamente necesaria.