Teatro

Madrid

Carmena, contra el teatro

La Razón
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Pocas veces una iniciativa pública ha tenido tanto éxito, tanta aceptación ciudadana, como el centro escénico de las «Naves del Español», el viejo Matadero de Madrid, convertido en absoluta referencia del teatro de vanguardia y referencia incuestionable de la nueva dramaturgia española. No era tarea fácil incluir en el circuito dramático de la capital de España unas estructuras, a orillas del Manzanares, que siempre habían formado parte del imaginario industrial madrileño, a modo de urbanismo hostil para el ocio y la cultura. Y, sin embargo, cuajó de tal manera que las obras representadas en sus salas colgaban con frecuencia el cartel de no hay billetes, con hitos como «El Cartógrafo», de Juan Mayorga, con más de 13.000 espectadores en su mes escaso sobre el escenario. Pues bien, nada de ésto ha sido tenido en cuenta por las nuevas autoridades del Ayuntamiento de Madrid, que, ciegas a cualquier realidad que no se adecúe a sus estrechos prejuicios ideológicos, han decidido, simplemente, eliminar la lógica de su éxito. Desde algunos sectores, entre los que se encuentran los propios actores, se ha atribuido a las deficiencias formativas de la actual delegada de Cultura, Celia Mayer, la causa última de los despropósitos que sufre, entre otros campos, la escena madrileña. Pero, si bien algunas decisiones inexplicables desde el sentido común –como la retirada de los nombres de Max Aub y Fernando Arrabal que identificaban las salas del Matadero– pueden deberse al desconocimiento de la obra de dos figuras señeras del teatro de vanguardia, lo cierto es que nos hallamos ante una simple y muy conocida monomanía del progresismo de izquierdas, que identifica la Cultura, toda la Cultura, como una mera proyección de sus planteamientos políticos e ideológicos. Hoy, en LA RAZÓN, las figuras más destacadas de nuestro Teatro expresan sus críticas al cambio de filosofía de la nueva programación del Matadero y se lamentan por el esfuerzo y el trabajo desperdiciados tras una decisión que no ha contado con la opinión y el consejo de quienes más han hecho por devolver la escena madrileña al lugar de excelencia que le correspondía. Por supuesto, no se trata de rechazar por sí misma una programación que, aunque minoritaria y alternativa, incardinada en las nuevas tendencias ágrafas de las «performance», puede hallar perfectamente su sitio en el panorama cultural de Madrid sin necesidad de eliminar el teatro de texto. No faltan espacios municipales para alojar este tipo de espectáculos, aunque con tan poca incidencia dentro de nuestras fronteras que, como denuncia Sergio Peris-Mencheta, el 80 por ciento de lo programado corre a cargo de compañías extranjeras. No. De lo que se trata es de que el Ayuntamiento de Madrid rectifique una decisión que sólo tiene en cuenta a unas minorías progresistas, pese a que se financia con los impuestos de todos los ciudadanos. Las preferencias personales, tengan los orígenes o las motivaciones que sean, no pueden imponerse por encima del conjunto de los madrileños, mucho menos si ocultan proyectos de «ingeniería social». La responsabilidad de acabar con el esperpento permanente que representa la actual Concejalía de Cultura corresponde, primero, a la alcaldesa, Manuela Carmena, pero también a la portavoz socialista, Purificación Causapié, cuyo grupo mantiene con sus votos a los radicales de Podemos al frente del municipio. Sin duda, la reconversión del Matadero en un centro para las artes escénicas fue una iniciativa del Partido Popular, pero representaría un excesivo sectarismo que por esta razón el PSOE se acomodara al error.