Gobierno de España
Casado no debe admitir presiones
Aunque no es, precisamente, la coherencia una de las virtudes personales que adornan al actual presidente del Gobierno en funciones, hay un límite para todo, incluso, en política. Y, si bien, no creíamos necesario traer a colación el conocido tuit de Pedro Sánchez de 2015, en el que afirmaba que «la responsabilidad de que el señor Rajoy pierda la investidura es exclusiva del señor Rajoy por ser incapaz de articular una mayoría», la descarada presión sobre el Partido Popular para que haga, exactamente, lo contrario de lo que él hizo, nos obliga a denunciar no sólo este grotesco espectáculo del doble rasero, sino la perplejidad que nos embarga ante unos modos políticos que más parecen diseñados para ahondar en el enfrentamiento partidista que para abrir vías de entendimiento con el adversario. Así, que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, la misma persona que filtraba bochornosamente el contenido de las fallidas negociaciones con Podemos, se descuelgue ayer transfiriendo la responsabilidad al líder del PP, Pablo Casado, de una, cada vez menos, hipotética repetición de las elecciones, sólo se explica desde el cinismo o desde una preocupante fuga de la realidad. Vaya por delante que en ningún caso nos oponemos a que el PSOE y el PP puedan entablar negociaciones para facilitar una salida a la Legislatura, pero lo que no es de recibo es la pretensión de Pedro Sánchez, el hombre que hizo legendaria la frase «no es no, ¿qué parte del no no comprenden?», de que la bancada popular se abstenga para facilitarle la investidura sin ofrecer nada a cambio. Y, por supuesto, no nos referimos a una de esas ofertas generalistas, siempre apoyadas en un supuesto y etéreo «sentido de Estado», sino de una auténtica rectificación de lo que ha sido la acción política del candidato Sánchez. Porque ni siquiera un amable repaso a los acontecimientos que nos han llevado al actual bloqueo institucional puede obviar el episodio de la moción de censura contra Mariano Rajoy, el del fracaso de un Gobierno socialista que se puso en manos de unos aliados de circunstancias con agendas políticas divergentes, y las consecuencias de un discurso sectario y prepotente, que en nada ayudaba a tender puentes con las formaciones constitucionalistas del arco parlamentario. Que el líder de un partido como Ciudadanos se haya negado a sentarse con el presidente de un Gobierno en funciones dice mucho del grado de crispación y enfrentamiento al que ha llegado la política española. Pero, como hemos defendido desde estas mismas páginas, todavía hay tiempo para el arreglo y la rectificación. Aunque solo sea porque la actual situación demanda una vuelta a los consensos constitucionales y a unos pactos de Estado que reconduzcan las disonancias nacionalistas y, en su caso, corrijan las deficiencias del sistema electoral. No es en modo alguno descabellado lo que decimos, siempre que desde los partidos implicados se proponga una línea negociadora amplia, con garantías y sin vetos personales cruzados. Mientras tanto, Pablo Casado no está obligado a nada. Ni es responsable del fracaso del candidato Sánchez ni lo sería de una repetición electoral ni, mucho menos, de que, a la postre, el PSOE acabe por unir otra vez su suerte a los intereses de la extrema izquierda y de los separatistas. Sin duda, sobre el líder del PP van a redoblarse las presiones, incluso desde figuras de su propio partido, para que se abstenga por el bien del país, su estabilidad y su credibilidad internacional. Pero, sin el acuerdo de fondo que demandamos, sin un pacto programático entre los constitucionalistas, haría un flaco favor a los intereses generales. La abstención permitiría a Sánchez formar Gobierno, pero éste, con sus escasos 123 escaños, seguiría dependiendo de radicales y nacionalistas.
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