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Coherencia en los pactos

La irrefrenable pulsión de la dirección socialista por expulsar al Partido Popular de las instituciones, con un discurso que raya en muchas ocasiones la estigmatización sectaria del centroderecha español, está llevando a la formación de frentes de izquierdas en los que el PSOE ejerce de muleta del populismo más radical, cuando no de apoyo a unas formaciones que, como en el caso de Valencia, reproducen el modelo nacionalista de izquierdas que tantos problemas ha causado a la convivencia. Esa obsesión que aleja al socialismo español del centro político y de su vocación mayoritaria es un error grave que acarreará, de acuerdo a las experiencias balear y catalana, malas consecuencias para el partido que preside Pedro Sánchez pero, también, para el proceso de recuperación económica y de estabilidad social que empieza a dar sus primeros frutos. Nunca como ahora ha estado el futuro del PSOE más en juego, con el riesgo cierto de ser relevado como partido referente de la izquierda española por un populismo que ancla sus raíces en los dogmas siempre fracasados del marxismo y que no tiene el menor inconveniente en alentar el incumplimiento de los compromisos adquiridos. Sólo los malos resultados del PP en las últimas elecciones municipales y autonómicas donde, pese a todo, ha sido la formación más votada, camufla el hecho de que el partido socialista ha obtenido sus peores resultados desde la Transición, con debacles sangrantes como la de la capital valenciana y su candidato, Joan Calabuig. Tiene, por lo tanto, toda la legitimidad el presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy, cuando califica de «profundamente antidemocrática» la política de exclusión de los populares que impulsa el actual secretario general del PSOE. En buena ley, los acuerdos postelectorales entre diversas formaciones políticas deberían responder a los compromisos programáticos adquiridos con los ciudadanos y a la propia posición ideológica. No se entiende, más que en clave sectaria que denuncia Mariano Rajoy, que el representante de la socialdemocracia en España, plenamente integrada en el proceso de construcción de la Union Europea, dé sus votos a quienes se declaran enemigos del sistema y del modelo democrático que representa Bruselas. La misma exigencia de claridad, transparencia y coherencia con sus programas y postulados deber exigirse a Ciudadanos, cuyo crecimiento en votos, aunque menor del esperado, debe mucho al trasvase de electores desde el PP y el PSOE. Pero Albert Rivera ha sido, también, depositario de buena parte del voto de castigo de antiguos simpatizantes populares. Unos y otros, situados en la centralidad, no verán con buenos ojos que Rivera entregue sus votos al populismo radical. Está en juego la recuperación económica y la estabilidad institucional. Cabría esperar de los políticos sensatos mayor atención al interés común.