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El PP, al frente del giro conservador

Del informe de opinión pública de «NC Report», que hoy publica LA RAZÓN, se desprenden dos conclusiones principales: que la mayoría de los ciudadanos considera que el electorado español ha girado a la derecha –al menos, así lo afirma el 46,1 por ciento de los consultados–y que atribuye, por este orden, al independentismo, la inmigración ilegal y la crisis económica las causas de este cambio social. Son tres factores que, evidentemente, han estado muy presentes en la campaña electoral de Andalucía y que explican, aunque sólo en parte, el surgimiento de VOX como fuerza política viable y la pérdida de apoyos de las dos principales formaciones de la izquierda, PSOE y Podemos, lastradas por su ambigüedad con los nacionalismos excluyentes y por unos postulados ideológicos cada vez más alejados de la realidad que perciben realmente los ciudadanos. Pero otra conclusión interesante a efectos de nuestro análisis es que aunque VOX es percibido, claramente, como un partido populista muy próximo a la extrema derecha, la mayoría de los consultados, con independencia de su adscripción ideológica, creen que en el actual escenario político español es posible la coexistencia de tres partidos situados en el ámbito del centro derecha. Es decir, que VOX ha llegado para quedarse y será, por lo tanto, un actor a tener en cuenta, sobre todo en aquellas circunscripciones electorales donde la amenaza contra la unidad territorial, el rechazo a la inmigración irregular y las consecuencias no resueltas de la crisis económicas se sientan con mayor intensidad. Si bien, tendemos a explicar la subida de los apoyos al partido de Santiago Abascal en la deserción de los votantes más conservadores del PP, esto no es así en todos los casos. Como en otros lugares de Europa, el populismo de derecha radical se alimenta también de antiguos simpatizantes de izquierda y, en mayor medida, de la incorporación de nuevos votantes que habían perdido interés por las urnas o no encontraban un candidato adecuado. De cualquier forma, y considerando que el tercero en discordia, Ciudadanos, no ha terminado de definirse con claridad en el espectro ideológico de la izquierda liberal –aunque haya conseguido hacerse percibir como un partido firme en la batalla contra los nacionalistas–, no cabe duda de que es al Partido Popular a quien le corresponde por experiencia de gobierno, implantación territorial y, lo que es más importante, por sus postulados políticos perfectamente homologables con los del centro derecha avanzado y democrático europeo, liderar ese giro conservador que perciben los electores. Para ello, es preciso que desde la nueva dirección se afronte la batalla ideológica con la izquierda sin complejos, lo que no significa transacción alguna con los principios que han conformado tradicionalmente su ideario. Es posible afirmar, si bien no tiene por qué ser completamente cierto, que la preeminencia otorgada por la anterior dirección a la inevitable gestión de una crisis económica enorme, que obligó a tomar decisiones en materia fiscal poco comprendidas por su electorado, y la, cuando menos, pausada reacción ante el desafío separatista, en la que se primó la búsqueda del mayor consenso constitucional posible y el respeto escrupuloso al ordenamiento jurídico frente a medidas más enérgicas y perentorias, le hayan pasado factura. Pero sería injusto inferir de estas actuaciones, en situación de urgencia extraordinaria, el desestimiento de sus principios. Esa es la batalla que debe dar Pablo Casado desde la recuperación del discurso ideológico y la reivindicación de una trayectoria con muchas más luces que sombras. Y, por supuesto, sin tener que travestirse en esa derecha dura que nunca ha sido.