Casa Real

El Rey, con el futuro de Cataluña

La Razón
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No deberíamos atribuir a la simple estulticia la decisión de la alcaldesa de Barcelona de ausentarse en la recepción oficial a Su Majestad el Rey, que viaja a Cataluña para realzar con su presencia uno de los grandes acontecimientos tecnológicos que se celebran en el mundo, como es el Mobile World Congress (MWC), y que hace de la Ciudad Condal un referente entre las grandes multinacionales de la comunicación. En realidad, el MWC representa todo aquello que choca con la ideología de la alcaldesa –también con la del separatismo radical–, despreciativamente tildado de «mundialización». En efecto, las nuevas tecnologías de la información, la robótica y el internet de las cosas, suponen un futuro abierto para la humanidad, esencialmente libre y, por lo tanto, impermeable al dirigismo político y al adoctrinamiento social que se encuentra en la basa del pensamiento, llamémosle, neomarxista que informa a las formaciones políticas que respaldan a la alcaldesa. La lucha contra las fronteras, especialmente las intelectuales, pero, también, las tecnológicas, que caracterizan a las modernas sociedades democráticas, siempre ha tropezado con escollos como los que significan gentes con las creencias de Ada Colau, prestas a demonizar todo aquello que ni entienden ni pueden controlar, entre otras cuestiones, porque amplían exponencialmente las posibilidades de elección libre del individuo. Hay, pues, una actitud puramente ideológica en la alcaldesa que explica el desahogo con el que pone en peligro un evento de tanta trascendencia internacional, que tanto favorece a la economía y la proyección de la Ciudad Condal y, por extensión de Cataluña y España, como es el MWC, pero, asimismo, hay cálculo en una política que busca desesperadamente ampliar su base electoral entre un sector de la población que, pese a considerarse de la extrema izquierda antisistema, rechaza el doble juego que Podemos y sus confluencias han desarrollado en la crisis catalana. Si las excusas pueriles que aduce Ada Colau para justificar su imposible desaire al Jefe del Estado, no merecen el menor comentario, sí hay que insistir en el daño potencial que supone para la futura permanencia del MWC –que prevé una inversión directa de casi 500 millones de euros– y para la imagen de Barcelona la actitud de su primera edil. Tampoco hay mucho que decir de la postura del presidente del Parlamento autónomo de Cataluña, Roger Torrent, quien ya ha dado muestra suficiente, ante el Poder Judicial, sin ir más lejos, de su incapacidad para comprender la naturaleza del cargo institucional que ostenta. El problema, una vez más, es que el sectarismo con que se desenvuelven Torrent y algunos otros representantes catalanes de índole menor, daña al conjunto de los ciudadanos de Cataluña, que llevan casi un lustro sin una Administración de los asuntos públicos digna de ese nombre. Por fortuna, como están demostrando los hechos, la sociedad catalana es mucho más que lo que representan los separatistas y respalda mayoritariamente, como el resto de los españoles, la firmeza con que Su Majestad trató la intentona golpista del pasado otoño. Sin su actitud, y sin la acción de un Gobierno que estuvo en todo momento respaldado por la oposición, Barcelona, muy probablemente, no acogería hoy el gran congreso mundial de la telefonía. Pero se demostró que España es una democracia plena, donde se respeta el Estado de derecho y la Constitución, condiciones imprescindibles para garantizar la seguridad jurídica que caracteriza al mundo libre.