Casa Real
El rey, líder de nuestra democracia
El discurso de Su Majestad en el Foro de Davos, pronunciado ante la élite política y económica mundial, puede ser considerado como uno de los más trascendentales de su reinado, incluso, a la par de su intervención del 3 de octubre de 2017, en plena crisis de Cataluña, que supuso el rearme moral y democrático de España frente a la agresión separatista. En efecto, el Rey, ayer, mostró al mundo no sólo la realidad de un país moderno y próspero, sino que reivindicó los principios de libertad y respeto a la Ley que hacen de España una de las escasas democracias plenas del panorama internacional, una evidencia que, en demasiadas ocasiones, se muestra esquiva a los propios españoles, acosados durante los últimos años por la estrategia miserable de separatistas y populistas, empeñados hasta la náusea en desprestigiar a la Nación, que pretenden convertir en una pobre caricatura de sí misma. Ciertamente, la comunidad internacional, especialmente los países de nuestro mismo espectro democrático, conocen perfectamente la verdad de lo que es España y lo que representa en el concierto de las naciones, de ahí la preocupación mostrada por algunas cancillerías occidentales ante las consecuencias potencialmente desestabilizadoras para el conjunto de la Unión Europea de la intentona golpista en Cataluña, y, también, la inequívoca solidaridad de nuestros socios con el Gobierno español. Por ello, Don Felipe VI, consciente de que hablaba ante un auditorio siempre sensible a los riesgos que conllevan los procesos de inestabilidad política en una economía globalizada y muy competitiva, dotó a su discurso de una línea argumental reivindicativa, retrato de una nación de la que sus ciudadanos pueden sentirse legítimamente orgullosos, abierta al mundo y en la que se respetan las leyes. Así, si el Jefe del Estado abordó una primera descripción de las fortalezas españolas –historia, cultura, economía, proyección internacional, seguridad, convivencia pacífica y servicios sociales avanzados– , fue para llegar al corolario que más interesaba: la existencia de una democracia fuerte, en la que se puede confiar plenamente porque se articula bajo el imperio de la Ley. Es evidente, como no podía ser de otra forma, que Su Majestad no sólo se dirigía al selecto auditorio de grandes empresarios, economistas y dirigentes políticos concernidos por las expectativas de crecimiento de la economía mundial, en la que, por cierto, España ocupa el 14º puesto, sino al conjunto de los ciudadanos de la Unión Europea, comunidad que atraviesa por dificultades de cohesión interna y a la que, también acosan, movimientos nacionalistas y populistas, muy activos en los antiguos países del Este, pero no sólo, y a las puertas de la consumación del Brexit británico, cuyas consecuencias son difíciles de calcular. Así, el Rey, que no pretendía eludir la cuestión catalana, ni mucho menos, explicó cómo la crisis separatista vivida en España dejaba una lección importante y válida para todas las democracias: «La necesidad de preservar el imperio de la ley como una piedra angular, precisamente, de la democracia», preservando el pluralismo político y el principio básico de la soberanía nacional, que pertenece a todos los ciudadanos. Y un mensaje más, éste de carácter interno: que la Constitución española no es un mero ornamento, sino la expresión de la voluntad del conjunto de los españoles y, por lo tanto el pilar de su coexistencia democrática. Palabras del Jefe del Estado que, sin duda, aliviarán las dudas que la perenne ofensiva separatista pueda alentar. Porque en España prevalece la seguridad jurídica y las leyes son efectivamente aplicadas.
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