Tiroteo en Orlando

El terrorismo yihadista ataca de nuevo a un país libre

La Razón
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Estamos ante la peor matanza en Estados Unidos desde el 11-S y, si seguimos buscando macabros récords, es el tiroteo masivo que más víctimas se ha cobrado en este país. De nuevo nos encontramos frente al terror indiscriminado y, como viene siendo habitual, el objetivo no es otro que alterar la convivencia en un país libre. El ataque se produjo contra un club frecuentado por la comunidad gay, por lo que se puede deducir que el objetivo fue elegido a conciencia. La cifra supera los 50 muertos y, al cierre de esta edición, se teme por la vida de muchos de los heridos. La manera de ejecutar la matanza demuestra la inequívoca voluntad de causar el mayor número de víctimas, objetivo que alcanzó, además, porque todo hace pensar que el asesino estaba dispuesto a no salir con vida. Las autoridades estadounidenses todavía no se atreven a calificar esta masacre como un atentado con vínculos directos con el yihadismo, a pesar de que ha sido reivindicado por Estado Islámico, pero los hechos objetivos demuestran que el autor de la masacre no sólo era un perturbado capaz de acabar fríamente con la vida de decenas de personas mientras éstas se divertían una noche de sábado. Omar Saddiqui Mateen, de 29 años de edad, era de origen afgano, de donde proceden sus padres, y nació en Florida. De momento, se desconocen sus vínculos con el yihadismo y, según el FBI, es precipitado calificar su acción de «crimen de odio o terrorista». Su nombre no estaba en la lista de los activistas buscados por el Gobierno de EE UU, pese a que la agencia federal lo tenía en el punto de mira por su simpatía con el islamismo radical. El padre del asesino ha pedido que no se vean motivos «religiosos» en la acción de su hijo, sino «homofobia», lo que no resta la consideración de ser un «crimen de odio o político». La aversión que Mateen sentía por la homosexualidad, si creemos a su progenitor, fue resuelta con la misma crueldad que en sociedades como la afgana o la pakistaní, que están bajo el dominio del islam más radical o sometidas al terror del Estado Islámico. El «lobo solitario» se caracteriza no sólo por ser una figura aislada de una organización central, sino por cómo la amenaza yihadista transnacional responde puntualmente, movido por fobias y odios personales. ¿Se puede, por lo tanto, después de que el asesino aniquilase a 50 personas en un club gay, decir que no se trata de un «crimen de odio o político»? Todavía es pronto para saber si Mateen ha actuó bajo mandato del yihadismo, pero lo que sí es cierto es que las autoridades tienen registrada una llamada anterior al atentado en la que declaró su lealtad al ISIS. La sociedad norteamericana se enfrenta de nuevo al terror, después del atentado de San Bernardino del pasado mes de diciembre, en el que murieron 14 personas a manos de una pareja de musulmanes aparentemente de vida integrada. No hay un modelo único de «lobo solitario», pero, tanto en Estados Unidos como en Europa, tienen en común vivir protegidos en las sociedades libres. Los motivos que desencadenan sus acciones no son sólo los que marcan los intereses estratégicos del ISIS, aunque en los atentados más recientes se trata de hacer cumplir el viejo ideario terrorista de destruir la libertad de los ciudadanos, como sucedió en la sala Bataclán de París y ahora en el club Pulse de Orlando. Estas nuevas víctimas nos vuelven a demostrar que la lucha contra el yihadismo será larga y que es necesaria tanto la defensa militar como la de los valores de libertad y tolerancia de nuestra sociedad.