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El viaje del Papa Francisco a Cuba es una llamada a la libertad

La Razón
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La proverbial excelencia de la diplomacia vaticana queda demostrada, una vez más, con el largo viaje que va a llevar a Su Santidad el Papa a Cuba y Estados Unidos y que se prolongará hasta el domingo 27 de septiembre. En efecto, Francisco ha programado su visita a La Habana –donde hoy domingo celebrará una misa multitudinaria– y a las ciudades de Holguín y Santiago de Cuba con la intención de equilibrar el peso político que había adquirido una visita a tierras norteamericanas que, en principio, tenía un fin eminentemente pastoral –como era la celebración en Filadelfia del Encuentro Mundial de la Familia y la canonización del misionero español Junípero Serra–, pero que se amplió con una recepción oficial del presidente Barack Obama en la Casa Blanca y una invitación del partido republicano a pronunciar un discurso ante el Congreso de los Estados Unidos. En este sentido, Francisco sigue la estela de sus dos antecesores –Juan Pablo II y Benidicto XVI– que consiguieron coronar con éxito la política de acercamiento a Cuba mantenida por la Santa Sede incluso en los peores momentos del régimen comunista, cuando el Gobierno de Fidel Castro llevó a cabo una campaña de erradicación de la Iglesia cubana, en la que fueron expulsados de la isla la mayoría de los sacerdotes y que llevó a las cárceles a muchos católicos por el mero hecho de serlo. Aun así, el Vaticano nunca rompió relaciones diplomáticas con La Habana, consciente de la trascendencia que para Cuba y el resto de Iberoamérica iba a tener la presencia de una Iglesia católica fuerte que, a la postre, hiciera de puente de entendimiento con el resto del mundo. Forma ya parte de la historia contemporánea el primer viaje de Juan Pablo II en 1998 a una Cuba que sufría las peores consecuencias de su aislamiento tras la caída del muro de Berlín y de la ineficacia y brutalidad de su régimen. La frase que pronunció San Juan Pablo II –«que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba para que este pueblo pueda mirar al futuro con esperanza»–, era la invitación a que la tiranía abordara el inevitable cambio, pero también un llamamiento al resto del mundo para que tuviera en cuenta los sufimientos del pueblo cubano. Francisco ha cumplido una etapa, la más compleja, sin duda, con su intervención mediadora en el reestablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, pero sabe perfectamente que sólo se trata de un primer paso y, además, vacilante. En ambos lados del estrecho de Florida persisten los adversarios de un acuerdo que, no es posible obviarlo, supone el aval de Washington a un régimen que mantiene a su población bajo una dictadura y que, sin embargo, es la mejor oportunidad de cambio interno para la isla. Por ello, quienes reprochan al Papa el carácter pastoral que ha querido dar a su estancia en Cuba parecen olvidar que la sola exposición de los principios que informan a la iglesia católica supone en sí misma una demanda de libertad, justicia social y fraternidad que ataca a la misma esencia del régimen comunista. Que la llamada a un diálogo que comprenda a todos los cubanos, especialmente a los del exilio, tiene una carga política de la que son perfectamente conscientes los hermanos Castro. Aún queda mucho camino por recorrer y es probable que el régimen cubano trate de dar marcha atrás, pero no hay duda de que Su Santidad no cejará en el empeño de una Cuba reconciliada y libre.