Asturias

España de alta velocidad

Paso a paso, España va completando la que será, proporcionalmente, la red ferroviaria de alta velocidad más extensa del mundo, lo cual, dada la complejidad de nuestra geografía, constituye un logro legendario que demuestra el altísmo nivel alcanzado por la ingeniería española. Así, la inauguración, ayer, por el Príncipe de Asturias y el presidente del Gobierno de la conexión entre Madrid y Alicante, que cierra el llamado corredor de Levante, se produce apenas dos décadas después de la puesta en servicio de la primera línea del AVE, que unió Madrid con Sevilla y que supuso el comienzo de la transformación del ferrocarril. Han sido veintiún años de revolución tecnológica que, como recordó Mariano Rajoy, demuestran que España es un país a la altura de sus obras y cuyo potencial le permitirá salir de la crisis mucho más reforzada. Por ello, frente a quienes, desde la crítica fácil, denuncian un supuesto desequilibrio inversor que condena a muchos pueblos y ciudades al aislamiento ferroviario, es preciso señalar que sólo el factor de progreso que significan la comunicaciones modernas, determinantes en el desarrollo social y económico de las naciones, justificaría la enorme inversión efectuada en la alta velocidad; pero es que, además, no es cierto que se esté desmantelando la red ferroviaria convencional. Ninguna línea va a ser suspendida, puesto que el ferrocarril es por definición un servicio público deficitario. Lo que se está llevando a cabo, impulsado por la actual ministra de Fomento, Ana Pastor, es la racionalización de un gasto desproporcionado que no sólo afecta a los trenes clásicos. También las líneas del AVE, tanto en servicio como en construcción, tienen que adaptarse a criterios de gestión eficaz y sostenible. No habrá pues, una nueva estación faraónica en Granada, que verá remozada la actual, ni se hará la obra completa de la línea de Extremadura hasta que Portugal no adopte una decisión positiva sobre su tramo. En cambio, se construirá la plataforma hasta Badajoz para permitir que los trenes convencionales alcancen los 250 kilómetros por hora. Tampoco se cierran líneas. Se supenden algunos servicios que, como los de Córdoba-Boadilla, León-Gijón y Puertollano-Zafra, son usados por menos de cuatro viajeros por trayecto, o se cierran estaciones y apeaderos que reciben menos de un viajero al día. Aragón, por ejemplo, cuenta con 23 de estas estaciones que podríamos llamar «fantasma». Es un plan inteligente e imprescindible en unos momentos de ajuste presupuestario que tocan, también, a servicios fundamentales como Sanidad y Educación, y que se justifican en el enorme desarrollo de los medios de transporte público por carretera. Habrá, pues, menos convoyes, concentrados en los horarios más demandados, pero las líneas convencionales no se cierran.