Don Juan Carlos

Firme reivindicación de la Corona

Los repetidos y prolongados aplausos con que las dos Cámaras de la soberanía nacional, reunidas, ayer, en el Congreso, acogieron las referencias a Don Juan Carlos y Doña Sofía hay que interpretarlos más allá de la mera muestra de simpatía o, incluso, del debido reconocimiento a una labor histórica, por cuanto fueron respuesta, elocuente, a la insidiosa campaña contra la Monarquía que se viene desarrollando desde los partidos de la extrema izquierda y desde las formaciones separatistas, como parte de la estrategia de desprestigio del Estado surgido de la Transición. Que el propio líder de Podemos, Pablo Iglesias, adelantado en la maniobra antimonárquica, tildara de «sobreactuadas» las ovaciones a los Reyes eméritos, demuestra que había acusado el golpe y entendido el mensaje. Porque quienes ayer atronaron con sus aplausos el salón de Plenos del Congreso no fueron sólo los diputados y senadores, sino los representantes de las principales instituciones del Estado y, por supuesto, quienes fueron en su momento artífices destacados de la construcción de la democracia española y testigos excepcionales de la gran obra de reconciliación, concordia y libertad llevada a cabo por las generaciones que más directamente habían sufrido los estragos de la guerra civil. Fue a esos españoles que votaron hace cuarenta años la primera Constitución de nuestra historia no escrita contra nadie, a esos ciudadanos que se empeñaron en superar odios y olvidar afrentas en favor de la convivencia en paz, a quienes Su Majestad Felipe VI quiso reconocer y reivindicar en su discurso de conmemoración de la Carta Magna. Cuando en España surgen voces, minoritarias, sin duda, que pretenden retrotraernos al maniqueísmo y la bandería, El Rey nos recuerda la historia de éxito que ha supuesto para España la Constitución, la vigencia de sus principios, que son los de la libertad, y la obligación de perseverar en el esfuerzo. Una tarea, la de construir la España del futuro, en la que todos estamos convocados y a la que el Rey, nos aseguró, dedica su vida y todos sus esfuerzos. Una vida que quiere ser «de servicio a todos los españoles, desde la independencia y la neutralidad, y comprometido con la Constitución». Porque, en palabras finales de Su Majestad, «la Corona está ya indisolublemente unida –en la vida de España– a la democracia y a la libertad». Asistimos, pues, a la reivindicación de la Monarquía parlamentaria y de la vigencia constitucional por parte del jefe del Estado, cuatro décadas después del comienzo de una andadura que no ha estado exenta de peligros, que ha afrontado hechos muy graves, pero que, pese a todo, ha conseguido que prevalezcan la Carta Magna y nuestro Estado Social y Democrático de Derecho. En este sentido cabe también interpretar la cuidadosa escenografía del acto central de esta conmemoración, que reunió en el Congreso, bajo la presidencia de Ana Pastor, –quien pronunció un discurso profundamente integrador, por encima de cualquier asomo partidista–a la más amplia representación posible de la España real. A quienes iniciaron el camino y a quienes lo continuaron durante estos cuarenta años, a quienes, hoy, representan al pueblo español y a sus instituciones, convocados para refrendar los principios de soberanía nacional, unidad de la Nación, Monarquía parlamentaria y respeto inequívoco a la libertad, la igualdad ante la ley y la democracia, que conforman nuestro orden constitucional. En definitiva, la España que es ejemplo de libertades y progreso, que ha protagonizado el avance más notable de toda su historia, que está en pie de igualdad con las principales naciones democráticas de la tierra y a la que, sin embargo, amenazan, esperemos que en vano, las viejas fuerzas de la discordia y el obscurantismo.