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Guerra abierta en Podemos: la nueva polítca envejece

La Razón
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El enfrentamiento abierto entre las facciones que lideran Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en Podemos, que estalló ayer de forma pública en twitter, no era, por supuesto, nuevo ni flor de un día, sino la consecuencia de un proceso de distanciamiento fraguado en los últimos meses. Eran conocidas también sus diferencias sobre el futuro del partido de los círculos y sus discrepantes análisis sobre las razones del retroceso en el apoyo de los electores en la cita del 26-J. Ambos han mantenido distintos pulsos por el poder territorial del partido –el último en Madrid, que es el que ha acelerado la crisis interna y ha disparado la tensión–, en los que Pablo Iglesias ha contado con un respaldo mayoritario, al menos, por el momento. Lo novedoso de la refriega tuitera de ayer es que visualiza ya esa rivalidad de forma concluyente y pública. Lo que trasciende o sugiere esa ruptura de hostilidades sin velos ni filtraciones más o menos interesadas es que Podemos y sus dirigentes han envejecido de forma súbita enredados en una auténtica guerra de banderías. «El día que dejemos de dar miedo seremos uno más y ese día no tendremos ningún sentido como fuerza política», apuntó Iglesias. A lo que Errejón le replicó: «A los poderosos ya les damos miedo, ése no es el reto. Lo es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre pero aún no confía en nosotros». Pero más allá de los mensajes, de los debates ideológicos o estratégicos, incluso de las disputas retóricas sobre los tonos o la agresividad de los postulados del partido, algo nada extraño en el devenir de la vida política, lo que ha distorsionado y ha enrarecido la convivencia en Podemos, ha sido el afán personalista de las apuestas por el poder de los minoritarios. Pablo Iglesias, con apoyo de la mayoría del partido, pretende una organización para Podemos en la que sobresalga la estrategia de la coherencia ideológica y de la cohesión interna frente precisamente a los personalismos que puedan enturbiar la convivencia y lastrar el potencial y las aspiraciones del colectivo. Las discusiones internas pueden ser un síntoma positivo para una fuerza política en cuanto que puede significar que se mantiene un debate vivo de ideas y sirve como un cauce para sustanciar las divergencias. Sin embargo, cuando no se abordan cuestiones ideológicas, sino que las pugnas sólo están provocadas por ambiciones personales causan un perjuicio enorme para a las organizaciones que las sufren. En este sentido, hay un pulso en marcha con los errejonistas que se dirimirá en Madrid y Andalucía y que ya puede decirse que está haciendo un daño considerable a las filas populistas. El desgaste que provoca la desconfianza y la fricción propias de los encontronazos se dejará notar más pronto que tarde y, obviamente, también tendrá un peaje electoral. Pocas situaciones son tan gravosas para un partido en una cita con las urnas como transmitir la imagen de división a la sociedad. Para Podemos, no será fácil superar esta travesía del desierto agravada por la evidente sensación de fatiga de su proyecto que ya se tradujo en el bajón electoral de las últimas generales. Hay síntomas de decadencia en la nueva política y quién sabe si de declive en sus aspiraciones, lo que podría ser un factor determinante en el caso de que España llegue a los terceros comicios generales.