Política

La conquista del centro político

La Razón
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El mapa político español quedó trastocado cuando el PSOE llegó al Gobierno a través de una moción de censura con el apoyo de los partidos independentistas que habían planificado y ejecutado un golpe contra la legalidad democrática. Un plan creado en una probeta que, si bien se saldó con el éxito de Pedro Sánchez, su prestigio político quedó hipotecado al pactar con los que estaban dispuestos a llevar a España al enfrentamiento. Claro que en política nada es eterno, y de la misma manera que no tuvo escrúpulos en asociarse con los partidos de Puigdemont y Junqueras –¡qué hirientes aquellos dos votos de EH Bildu!–, ahora hace una reconversión hacia un centro patriótico. Bienvenido. Si entonces hablaba de la «España plural», ahora sencillamente se queda con el sustantivo, borrando aquel pasado que tuvo su hito en el Palacio de Pedralbes con la «cumbre» con Joaquim Torra y su documento de 21 puntos (y aquel «es imprescindible poner fin a la limitación de derechos fundamentales» o «es necesario una mediación internacional que facilite una negociación en igualdad»). En definitiva, Sánchez viaja al centro porque es el espacio razonable en el que puede articularse una política de pactos de Estado en una coyuntura que puede resultar adversa, si se confirma la desaceleración y entramos en un periodo de recesión económica. Ni que decir que la situación en Cataluña necesita al frente un Gobierno fuerte con partidos constitucionalistas leales. En este sentido, con su socio «principal», Unidas Podemos, estaba asegurada la inestabilidad. El problema de Sánchez es hacer creíble ese giro después de la aventura izquierdista de la pasada legislatura. Simétrico al error de cultivar un posible gobierno de izquierdas imposible, ha sido el de Albert Rivera en su negativa –más cerril que racional– de permitir que el Gobierno echara andar, no mirando a los intereses generales que tanto le gusta invocar al líder de Cs para impedir que Iglesias e independentistas se convirtieran en fuerzas decisivas. La rectificación llegó ayer, tarde, pero llegó. Rivera ha levantado el veto que le impedía facilitar llevar a Sánchez a La Moncloa, ni siquiera abrir una negociación en torno a unos acuerdos generales de Estado. Ahora, sí. Ahora ha llegado el momento de alcanzar «un gran acuerdo nacional», suponemos que tras comprobar que su cerrazón le está ocasionando un descalabro electoral. Hace bien en rectificar, pero políticamente tiene serias consecuencias en el capital político de Rivera, porque esa misma decisión la pudo tomar antes del pasado día 23 de septiembre y se hubiera evitado unas nuevas elecciones que nadie quería, además de perder su espacio natural de centro por una estrategia demasiado ambiciosa y mal calculada. Quiso arrebatar el liderazgo de la oposición al PP y ha fracasado. Después de todo, Sánchez se fía más de Pablo Casado, que ha demostrado más sentido institucional. Rivera ha dado su giro tarde, cuando era evidente la caída de Cs y, algo peor en un partido joven, el desencanto por una formación de centro que ha mimetizado en un tiempo récord lo peor de la vieja política. PSOE y PP buscan ahora a ese votante que Rivera ha dejado en la estacada. Que las elecciones del 10-N se jueguen en el centro es una buena señal. Esperemos que no sea un mero movimiento táctico porque sería demoledor para un electorado que amenaza con hacer valer la abstención. La sociedad española ha sido sometida a una presión política que no se corresponde con su sentido democrático, se ha dado cabida a las expresiones más radicales, a derecha y a izquierda, y se ha envenenado el debate con cuestiones superestructurales e ideológicas –con Franco como un comodín infalible–. Es el momento de reconducir la situación hacia la centralidad, hacia los intereses generales de España y de los españoles.