PSOE

La crispación que viene del PSOE

El primer seguimiento semanal de la intención de voto ante las próximas elecciones generales, que elabora «NC Report» para LA RAZÓN, no presenta grandes cambios con respecto a la última encuesta publicada, la del 15 de marzo, por más que la ruptura de la coalición de Podemos en Galicia y la Comunidad Valenciana plantee algunas dificultades añadidas al análisis, por cuanto no está todavía muy clara la incidencia de la fragmentación del voto entre las candidaturas regionales de la extrema izquierda nacionalista gallega y valenciana, y las que presenta la formación morada en ambas comunidades. Aún así, se mantiene la tendencia negativa de Podemos, que, de celebrarse hoy las elecciones, y con la salvedad de que la recogida de datos del sondeo se efectuó antes del mitin de la vuelta de Pablo Iglesias, perdería hasta 34 escaños con respecto a las últimas elecciones de junio de 2016. A nadie se le escapa que la trascendencia de esta fuga de votantes –más de un millón y medio– no atañe tanto a la propia posición de Podemos, que ya ha renunciado a la lucha por desbancar al PSOE, como a las posibilidades del actual candidato socialista, Pedro Sánchez, de mantenerse en La Moncloa. Esto es así porque los votos perdidos por la formación morada van, en su mayoría, a la abstención y convierten en insuficiente la estimada victoria de Sánchez, que necesitará forzosamente de otros apoyos para la hipotética investidura. De hecho, el «tracking» electoral al que hacemos referencia sitúa al bloque de derechas –Partido Popular, Ciudadanos, VOX, UPN y CC– en los márgenes reales de la mayoría absoluta, con una horquilla parlamentaria de entre 174 y 182 escaños, entre otras razones, porque parte del voto abstencionista conservador recala en la formación de Santiago Abascal, que podría obtener hasta 26 escaños. Esta aritmética parlamentaria que dibujan los sondeos, que no ocultan, por otra parte, la persistencia de un elevado porcentaje de indecisos, plantearía al candidato socialista dos estrategias posibles: la radicalización del mensaje electoral, supuestamente grato a la clientela más izquierdista, pero desencantada del voto a Podemos, o un retorno a las posiciones más tradicionales del PSOE, de raíz socialdemócrata, que apelaran a ese voto de centro izquierda que ha podido pasarse a Ciudadanos y que, como señalan los estudios demoscópicos, es el que más altos índices de indecisión presenta. En este sentido, «NC Report» cifra hasta en un 28,1 por ciento, el porcentaje de votantes del partido de Albert Rivera que decidieron el color de su papeleta en los últimos días de la campaña electoral. Es, como ya hemos señalado, el grupo de electores que más dudas tiene ante las urnas, seguido por los socialistas, con un 17,8 por ciento. Mucho nos tememos, sin embargo, que Pedro Sánchez y sus estrategas de campaña hayan optado por el perfil radical que, necesariamente, pasa por convertir al adversario político, en este caso «las derechas», en el origen de todos los males que supuestamente acechan a la sociedad española. Un retorno a la propaganda del «dóberman», que ya se empleó con escaso éxito en el tiempo de José María Aznar; y una vuelta pues, a la retórica crispada, la exageración pueril y la tergiversación de los hechos que caracterizó la política de oposición socialista al anterior Gobierno popular. Aunque, en este camino, Sánchez tendrá que competir con la dialéctica inflamada de Iglesias y de los nacionalistas, que van más allá, buscando la descalificación del sistema parlamentario. Las urnas decidirán si el discurso populista del miedo, del que «vienen las derechas», funcionará esta vez.