Cataluña
La deslealtad del «proceso» ante la crisis europea del Brexit
El triunfo del Brexit ha abierto en Europa una crisis cuyas consecuencias desconocemos todavía. Sabemos que el abandono de Reino Unidos de la UE va a afectar al proyecto común europeo y que los partidos ultranacionalistas y populistas de diferente signo han encontrado un enemigo común. Existe, además, una herramienta que se ha demostrado muy popular –y populista– para alcanzar objetivos políticos de primer orden: el referéndum. De cumplirse los planes de los nacionalistas escoceses (SNP), el Brexit no sólo deja dañada a la UE, sino que supondría la descomposición de Reino Unido y el fin del tratado de unión de las tres naciones constituyentes –Inglaterra, Escocia y Gales–, existente desde 1706. Nada más conocerse el resultado del Brexit, la ministra principal del Gobierno escocés, Nicola Sturgeon, dejó claro cuál iba a ser el camino que iban a emprender para seguir perteneciendo a la UE: convocar una nueva consulta para abandonar definitivamente Reino Unido y desvincularse así del Brexit. El fin no es tanto fortalecer a las estructuras comunitarias como debilitar a su adversario atávico, Inglaterra. Si se aceptase esta fórmula, estaríamos poniendo el punto final de una UE basada en compartir la soberanía y el gobierno a cambio de desmantelar los estados que la constituyen. Francia y España se oponen a esta salida. No será fácil que Escocia vuelva a convocar otro referéndum –en el del 18 de septiembre de 2014 votó a favor de la permanencia en Reino Unido– antes de que se haga efectivo el Brexit en 2019. Por su parte, el independentismo catalán no ha conseguido ni un solo aliado internacional para su «proceso», pero persiste en negar la verdad ya expresada por las autoridades comunitarias de que romper con España supondría dejar automáticamente la UE. Creen ahora que el caso escocés abre nuevas perspectivas para el «proceso» y que podrían ser readmitidos con rapidez en caso de que triunfase –y se celebrase– un referéndum independentista en Cataluña. Cuando el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, pide que la UE «deje de ser insensible a las diferentes realidades», ya sabemos lo que quiere decir: que se reconozcan las identidades nacionales e históricas por encima de las supranacionales, lo que acaba siendo una merma de los derechos de ciudadanía en los propios territorios. El Brexit también es un rechazo de esas identidades nacionales arraigadas y de los viejos sectores productivos, menos adecuados al mercado laboral frente a la globalización. Si en el caso de los nacionalistas escoceses del SNP ha habido precipitación al avanzar el objetivo inmediato de abandonar Reino Unido, en el caso del independentismo catalán persisten en su viaje más allá de la realidad. Su visión particularista les impide ver que la UE vive un momento crítico, que pude agudizarse en las presidencias de Francia de 2017, en las que Marie Le Pen competirá en segunda vuelta. Un caso similar es el del PVV de Geert de Wilders en Holanda, que es favorito también en 2017, o del ultraderechista Partido de la Libertad en Austria, que intentará conseguir la primera plaza. En estos tres casos, proponen un referéndum para dejar las estructuras de la Unión. Otro agravante más: Eslovaquia ejerce la presidencia de turno de la UE, un país con escaso espíritu europeo. Éste es el contexto en el que los independentistas catalanes plantean sus inaplazables reivindicaciones históricas. Siempre fuera de la realidad.
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