Barcelona

No hay que politizar el 17-A

La Razón
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Tras un atentado tan brutal como el que tuvo lugar en Barcelona y la masacre frustrada en Cambrils el pasado 17 de agosto siempre cabe preguntarse si hubiese sido posible haberlo evitado. En la raíz misma del terrorismo está el factor clave de que cualquier objetivo civil es alcanzable: su intención es mostrar su extrema vulnerabilidad. En el caso del yihadismo este riesgo se multiplica por los métodos empleados, su carácter indiscriminado, incluso el ritual de la inmolación. Todas la sociedades libres están sometidas al riesgo del terrorismo yihadista. En Barcelona fueron asesinadas 16 personas, 14 de ellas atropelladas en la Rambla, una matanza despiadada, en su mayoría turistas de 34 nacionalidades. ¿Se podría haber evitado? Una vez sucedido y tras la publicación de algunos informes de los servicios de seguridad que alertaban de la posibilidad de un atentado en un espacio público tan abierto, es fácil encontrar responsabilidades. Pero nuestra desgraciada experiencia en la lucha contra el terrorismo –829 asesinatos de ETA y 190 en el 11-M, el mayor atentado acaecido en Europa– nos permite decir que la responsabilidad última es del terrorista. Por lo tanto, hay que aprender de lo sucedido y, especialmente, de que la prevención es la clave. No era lógico que una vía tan abierta y transitada como la Rambla no contase con ninguna medida de seguridad para acceder a ella; de hecho la furgoneta asesina recorrió 500 metros hasta que encontró un obstáculo. No atender a la recomendación de que era necesario poner bolardos para impedir que el vehículo hiciera su incursión mortal porque atentaba contra la libertad demuestra infantilismo político, que quedaría ahí si no fuera por el dramático desenlace. Finalmente, Ada Colau ha puesto bolardos en puntos sensibles, como recomendaban los especialistas. Es necesario investigar por qué un comando de doce yihadistas pudo actuar de manera tan impune organizado por el imán de la mezquita de Ripoll (Gerona), una población de 10.000 habitantes, un conocido de los servicios secretos que, además, viajó meses antes del atentado a Bélgica, donde se le denegó el permiso de trabajo porque, allí sí, levantó sospechas. Que los Mossos d’Esquadra no tuvieran en cuenta que la explosión en Alcanar (Tarragona) podría estar vinculada al comando yihadista –como así alertó la juez que lo investigaba– y no aceptaran el ofrecimiento de los Tedax de la Guardia Civil a colaborar en la investigación fue un dramático ejemplo de que contra el terrorismo los personalismos políticos pueden ser letales. La gestión que la Generalitat hizo de los atentados empezó a dar pistas de que su primer interés era demostrar ante el mundo que Cataluña disponía de «estructuras de Estado». La efectividad de «abatir» a terroristas no es sinónimo de eficacia en la prevención de los atentados, que dejó mucho que desear. Una vez conocido que los Mossos intentaron quemar los informes de la CIA alertando de los ataques sólo podemos llegar a la conclusión de la absoluta irresponsabilidad y deslealtad con la que actuaron los dirigentes de la Generalitat. El descarnado uso político que el independentismo hizo de los atentados lo demostró ante el mundo en la manifestación que tuvo lugar días después, en la que antepusieron sus banderas, insultos y abucheos al Rey al dolor, a la repulsa y demostración a los terroristas que nunca doblegarán a una sociedad libre. Pues sus dirigentes demostraron que su nefasta ideología es capaz de sacar partido de unas víctimas inocentes. Ayer, el presidente en el «exilio», Carles Puigdemont, no perdió la ocasión de atacar al Estado antes que honrar a la víctimas. Las lecciones de aquellos atentados fueron tristes y descarnadas, pero no habrá más remedio que aprender de ellas.