Cataluña

Peligro populista en Europa

La historia del siglo XX dejó muy claramente escrito que el peor enemigo de Europa han sido las identidades nacionales en su versión más desaforada e irracional, aquellas que defendían que por encima de la voluntad de sus pueblos no había ley alguna que las frenara. Hubo dos grandes guerras y, aún humeantes los campos de batalla, se pusieron las bases para la nueva Europa, una entidad que comparte intereses económicos y un destino político basado en que sólo la unidad puede librarnos del desastre. Pero las lecciones de la Historia no son siempre atendidas, de manera que se abren paso partidos populistas que prometen el reino de los cielos en una sola legislatura culpando a Europa de todos los males, incluso de los que son consecuencia de su propia gestión. Ayer, Mariano Rajoy alertó sobre ese populismo que cruza todas las opciones ideológicas, de la izquierda a la derecha en sus versiones más extremas, y que achaca a la UE la pérdida de soberanía de los Estados nacionales y su capacidad para buscar soluciones individuales a sus problemas. Sin duda, construir la identidad europea supone una pérdida de poder de decisión, pero partiendo del hecho determinante de que el poder se comparte con tus socios y aliados. «El Parlamento Europeo necesita más que nunca partidos europeístas», apuntó el presidente del Gobierno, como manera de frenar a los «eurófobos» y a las fuerzas políticas «disgregadoras» que pondrían en peligro la salida de la crisis. Es fácil que cale el mensaje de que las instituciones europeas y su inmensa burocracia son el verdadero impedimento para una unión política fructífera y que la abstención sea una opción que se abra camino y que los partidos abiertamente antieuropeos se hagan un hueco en el electorado con fórmulas tan básicas y demagógicas como recuperar su vieja moneda o expulsar a los emigrantes. La UE ante todo es un espacio político y en él debe hacerse política porque Europa marca el destino de los estados y de sus decisiones más importantes. Votar, por lo tanto, partidos fuertes y de clara convicción europeísta es una garantía para frenar los experimentos populistas que en gran medida sólo buscan deslegitimar las instituciones comunitarias. Hay una versión del nacionalpopulismo como el que lideran partidos en Inglaterra, Holanda o Francia, pero hay otra como la que impulsan las formaciones nacionalistas en Escocia y Cataluña. Quieren que la UE reconozca sus derechos históricos o su injusto trato económico en sus propios países, cuando Europa sólo se puede construir sobre la garantía de la igualdad de los derechos cívicos y la unidad de intereses. Jean-Claude Junker lo expresó muy claramente ayer en Madrid: «Me gustaría terminar con la división estúpida de Europa: los virtuosos en el norte y los poco ortodoxos en el sur; si los del norte no respetan a los del sur, Europa perderá el norte».