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Poner límite a la aventura de Mas

La Razón
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El Rey recibirá hoy en La Zarzuela al presidente de la Generalitat, Artur Mas, en un encuentro que se inscribe dentro de la normalidad institucional, aunque ésta no pase por su mejor momento. Felipe VI ha tenido un trato ejemplar con el Gobierno autonómico y con el conjunto de la sociedad catalana y ha mostrado gestos de concordia y de entendimiento y ha apostado porque España sea un espacio común de convivencia. El marco constitucional, la integridad territorial y la defensa de la convivencia entre los españoles es el límite marcado por Don Felipe. El encuentro de hoy tiene un valor especial, ya que se produce días después de que Mas anunciase el último movimiento en su hoja de ruta para la independencia: la formación de una lista única que propone la secesión unilateral en seis meses y que, además, no esconde su voluntad de crear una «república catalana». En este contexto, la reunión parece que no irá más lejos que la cortesía obligada a un presidente cuya deslealtad institucional sobrepasa lo exigible a un dirigente democrático. Si la intención de Mas es tratar, entre otras cuestiones, la querella interpuesta por el Estado contra el presidente de la Generalitat por la organización del referéndum del 9-N, debe saber que una reunión con el Rey no es el lugar indicado. A Mas le ha preocupado siempre que el proceso independentista aparezca como un movimiento cívico y pacífico, pero debería tener en cuenta que saltarse la legalidad vigente es un acto de violencia e intimidación inaceptable, por lo que debe asumir todas las responsabilidades. No se puede hablar con tanta ligereza de «desconectar de España» o crear «estructuras propias de Estado» porque se están infringiendo normas que atentan directamente contra la estabilidad del Estado. La aventura en la que Mas ha embarcado a la sociedad catalana debe tener un límite, que es el que marca la Ley. Sobre este principio se basa lo dicho ayer por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy: «No va a haber independencia de Cataluña, y tampoco se va a ir de España ni de Europa». El independentismo nunca ha dicho toda la verdad sobre su «viaje a ninguna parte», como lo ha definido Duran Lleida, y ni mucho menos sobre un hecho tan básico como que un territorio de la UE no puede abandonar el país del que forma parte. Las consecuencias serían nefastas para la economía catalana. A Mas sólo le queda firmar el decreto de convocatoria de las elecciones del 27-S, documento que debe ser estudiado por la Fiscalía del Estado por si de manera directa incurriese en algún delito, ya que la intención de los nacionalistas es que estos comicios tengan un carácter plebiscitario que les permita declarar la independencia unilateralmente y que baste que una sola lista obtenga la mayoría por un escaño (para reformar el Estatut es necesario las dos terceras partes de la Cámara) para romper el conjunto de la sociedad catalana. La aventura de Mas debe tener un límite.