País Vasco

Por la dignidad de las víctimas

Cuando Joseba Pagazaurtundúa fue asesinado en Andoáin en febrero de 2003, su hermana Maite acuñó un término para referirse a aquellos políticos nacionalistas que habían dejado desamparada a su familia: «Corazón de hielo». Pasados los años, cuando ETA ha sido derrotada con el sacrificio de centenares de muertos, sopla de vez en cuando el aire frío del olvido. Es la insoportable sensación de que los verdugos celebran sobre la memoria de los muertos la libertad que con tanto ahínco quisieron destruir. Sí, la fotografía de la secretaria del PSE, Idoia Mendia, preparando una cena de Navidad con Arnaldo Otegi ha sido insoportable para los que recuerdan la indiferencia, cuando no el escarnio, de los herederos de ETA hacia sus víctimas. La dirigente socialista vasca no se ha retractado de su encuentro, ni siquiera ha mostrado comprensión alguna hacia José María Múgica al haber decidido abandonar la militancia en el partido, una vieja militancia que compartía con su padre, asesinado por la banda terrorista. Cuando ETA mató al histórico dirigente socialista Fernando Múgica en una calle de San Sebastián, delante de su esposa y de su hijo, en febrero de 1996, su amigo José Ramón Recalde –que sobrevivió después de que un pistolero le disparara en la cara en septiembre de 2000– que él aspiraba a que su partido fuera «un grupo de compañeros». Eran, eso sí, viejos luchadores. El PSE, que tantos militantes ha perdido en defensa de sus principios de libertad y democracia en el País Vasco, asiste ahora en silencio a la fotografía de una cena indigna, puede que sin saber qué decir, acaso sospechando que esta imagen es la permanencia de los mismos terroristas y sus objetivos en un tiempo de paz en el que no se retractan en nada del dolor causado. Todos aquellos muertos «nos plantearon el problema de con qué organizaciones teníamos que dialogar y de con qué personas de esas organizaciones se nos podía, con decencia, proponer el diálogo», escribió Recalde en sus memorias («Fe de vida»). Es llamativo que Mendia justifique su feliz encuentro con Otegi porque el partido que representa –esa transmutación permanente de las esencias etarras en nuevas siglas– defiende ahora sus ideas «con palabras». Así es, pero porque fue derrotada, porque se le impidió seguir matando y comprendieron que no podían acabar con nuestra democracia. No dejaron de matar guiados por ningún principio de humanidad o convicción democrática. Asesinaron a cuantos pudieron: eso es lo único que realmente deja el corazón helado. Es decir, cumplieron sus objetivos con creces al dejar amedrentada al conjunto de la sociedad e imponer su ideal patrio a sangre y fuego, gustase o no. Tras cuarenta años de terrorismo, la gran lección que quedó para muchos socialistas perseguidos, para los militantes del PP que tan heroicamente resistieron –partido, no se olvide, que se negó a participar en la fotografía de la cena– y para tantos otros demócratas que soportaron durante años la violencia de ETA y el silencio nacionalista, es que el futuro de una País Vasco en paz no podía sellarse desde los principios autoritarios y xenófobos de los abertzales. Parece que Mendia no lo entiende así porque esa fotografía vuelve a poner encima de la mesa de una cocina plenamente abastecida –qué ironía– el poder de los terroristas. Tampoco lo cree así Pedro Sánchez, tan alejado como siempre de cualquer convicción ética en la (vieja) política, que resolvió el tema fríamente: «No hay ningún elemento para la polémica». Hoy publicamos un encuentro, también en torno a una mesa, entre Maite Pagazaurtundúa, Josu Puelles, Jose Arregi y Teo Uriarte, todos ellos estigmatizados por el nacionalismo. Reivindican la dignidad de las víctimas y denuncian la obsesión por maquillar la historia destructiva de ETA. Como apunta Pagazaurtundúa: «La sonrisa no borra la sangre».