Elecciones
Por un voto útil frente al populismo
Forzosamente, la encuesta del CIS sobre intención de voto para las elecciones municipales, autonómicas y europeas del próximo 26 de mayo, debía dibujar un panorama de primacía relativa del PSOE y fuerte descenso del Partido Popular, puesto que el trabajo de campo se llevó a cabo entre los días 21 de marzo y 23 de abril, cuando las personas que participaron en la muestra desconocían los resultados de las generales, celebradas el 28 de abril, y la movilización de la izquierda se hallaba en uno de sus momentos más altos. Aun estableciendo esta salvedad, el sondeo confirma lo ya sabido: que de persistir la división del voto de centro derecha en tres partidos, el mapa municipal y autonómico español puede dar un vuelco general en favor de las coaliciones de izquierda, incluso en los feudos tradicionales del PP, que volvería a ser el partido más perjudicado. De hecho, en las dos únicas comunidades donde el PSOE no sería la primera fuerza, Cantabria y Navarra, se producen circunstancias excepcionales. En Cantabria, la fuerte implantación del localista PRC, que lidera Miguel Ángel Revilla, que ganaría las elecciones regionales, mientras que en la Comunidad Foral quedaría como vencedor Navarra Suma, formación que agrupa a PP, Ciudadanos y UPN. Es decir, el voto de centro derecha unido en una sola candidatura. Se podrá argüir que el desfase cronológico del CIS impide valorar, aunque sea aproximadamente, el efecto «segunda vuelta» que, sin duda, van a tener estas próximas elecciones, así como la presumida desmovilización de un sector de los electores de izquierda, que acudió a las urnas el 28 de abril impelido por las apelaciones al voto del miedo que conformó buena parte de la campaña socialista. Pero, con ser esto cierto, también lo es que la victoria electoral del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, va a tener el correspondiente efecto arrastre, de todo partido ganador. Con todo, el principal problema que plantea la fragmentación del voto en el centro derecha es que permite la formación de gobiernos minoritarios de izquierda, fuertemente teñidos por el populismo radical, cuando no por componentes nacionalistas, que condicionan, a nuestro juicio, muy negativamente la acción política. De ahí que sea preciso apelar a la responsabilidad individual de los votantes, que deberían tener en cuenta los resultados de la gestión pública en los ayuntamientos y comunidades donde la extrema izquierda se ha apoyado en el PSOE, o viceversa, y que no arrojan, precisamente, brillantes balances ni en lo económico ni en lo social, y en los que ha primado una ideología excluyente sobre los intereses comúnes de los ciudadanos. Los casos de Madrid y Barcelona son paradigmáticos, pero, también, Zaragoza y La Coruña han sufrido el estancamiento que siempre producen las viejas propuestas, desde el urbanismo a la cultura, de la izquierda radical. Buena parte del desafío que supone la próxima cita electoral, cuya campaña comenzó ayer, corresponde a la nueva dirección del Partido Popular, encarnada por Pablo Casado. Su formación sigue siendo mayoritaria en el centro derecha, como señala la encuesta del CIS, y debería ser capaz de recuperar buena parte del voto perdido, al menos, el de aquellos antiguos electores que, tras los decepcionantes resultados del 28A, pretendan poner un dique a la anunciada hegemonía de la izquierda. Apelación siempre incómoda al voto útil, pero que en estas circunstancias se antoja más necesaria que nunca. Porque, hay que insistir en ello, no se trata de cerrar el paso a gobiernos de la órbita socialdemócrata, como ha sido siempre el PSOE, sino de impedir que la gestión de ayuntamientos y comunidades autónomas caiga en manos de partidos radicales y populistas.
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