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Rajoy reivindica los valores del PP

La Razón
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Tal vez en esta frase de Mariano Rajoy, «se cambia lo que no funciona, lo que funciona, no», se encuentre el mejor resumen de lo que ha significado el XVIII Congreso del Partido Popular. Porque no era sólo la confirmación de María Dolores de Cospedal como candidata a la Secretaría general o el reforzamiento de la figura del coordinador general Fernando Martínez Maillo lo que justificaba las palabras del presidente, era, ni más ni menos, su convencimiento de que el Partido Popular debe ratificarse en sus principios y en una manera de entender la política que no puede estar al vaivén de la coyuntura o las tendencias del momento. Y, desde luego, no le falta razón cuando contrasta la realidad de un partido consolidado, extendido por toda la geografía nacional, unido, testigo y artífice del gran cambio social, económico y político jamás experimentado por España con las nuevas formaciones surgidas al socaire de la crisis, cuya unidad de propósito y aun de estrategia está por demostrar. Se podrá argüir que no habrá muchas caras nuevas en la dirección del partido ni, seguramente, el enorme trabajo de las ponencias, con más de 4.000 enmiendas, signifique una transformación de fondo del modelo ideológico de la formación que mejor encarna el centro derecha español, pero esa continuidad es, precisamente, la idea fuerza que guió el discurso con que Mariano Rajoy defendió su candidatura –y la de su equipo– a la reelección como presidente del PP: que se trata de un partido adulto, de inequívoca estirpe democrática en su estructura y funcionamiento, que no puede caer en los adanismos de quienes, sin una hoja de servicios que presentar a los españoles, consideran que todo lo que es válido comienza con ellos, que toda novedad es buena. Por el contrario, Rajoy hizo gala ante los compromisarios del partido de la «épica de la prudencia» y la «aventura de la serenidad» como el único proceder conveniente cuando, como es el caso, se viven tiempos de turbulencias. Fue, sí, una reivindicación de su obra de Gobierno, pero también de la actuación de su partido, que le respaldó en la adversidad y permaneció unido en la soledad, cuando todos los demás pretendieron arrinconarlo y trataron de que no pudiera gobernar, pese a las victorias electorales. Sabe Rajoy, y así lo dijo, que el deber de gestionar la peor crisis sufrida por España en toda su historia, que el estallido de los casos de corrupción –a la que no hizo referencia pero que subyacía implícita–, que el desgaste sufrido por una oposición política extremada y envuelta en la ola general de populismo, que el ataque separatista, en suma, habían hecho mella en la confianza de muchos de sus antiguos simpatizantes –«nos hemos dejado muchos votos por el camino»– , pero que, aún así, el Partido Popular había sabido mantenerse firme gracias a su unidad y a las arraigadas convicciones de una militancia que mantiene una fidelidad a las siglas que se ha hecho proverbial. Así lo ha demostrado este Congreso –pese a que algunos hayan intentado dirimir algunas diferencias más de carácter personal que de fondo ideológico– y ésa es, sin duda, su mayor fortaleza. Porque el futuro, aunque sigue siendo complejo, se presenta al Partido Popular con mejores colores. No es sólo la recuperación económica y la consiguiente reactivación del mercado de trabajo lo que cuenta en su haber, es que, además, la oleada populista apunta ya el retroceso de la marea. Y sin la tensión de la demagogia y el voluntarismo, es cuando un partido moderado y cincelado por la experiencia de los años y las convicciones puede volver a crecer.