Cataluña

Rajoy, un líder con los pies en el suelo

La Razón
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En tanto que presidente del Gobierno, Mariano Rajoy es el único líder que se mueve con tiempos políticos fiables, es decir en función de variables reales: la aprobación de los presupuestos, el calendario electoral y la coyuntura concreta. La oposición, por contra, sólo depende de que los grandes temas que están en juego en el país salgan adelante o se encallen. Tanto sirve para el PSOE, con un grave problema de orientación política; para Podemos, radicalizado y a la espera de una conflictividad social a la que vampirizar; y Cs, encantado por el espejismo de unas encuestas que le pintan un futuro de color de rosa. Rajoy llegó a La Moncloa el 21 de diciembre de 2011 con el objetivo de superar con los menos daños posibles la crisis económica, es decir, manteniendo los servicios públicos y las prestaciones sociales. En ello basó su estrategia y quienes pasado el tiempo –es decir, pasado lo peor del temporal: de una la prima de riesgo en julio de 2012 del 609,9 a la actual del 66– criticaron que al Gobierno le faltaba discurso político o, dicho en el lenguaje de los laboratorios de ideas, «relato» –que no es lo mismo que hechos–, les debió saber a poco que España volviese a recuperar el pulso económico. Puede decirse que la estrategia de Rajoy no sólo fue acertada, sino de una responsabilidad ejemplar, que buena falta le hacía a nuestro erial político atraído por los cantos de sirena del populismo. Fue acertada porque de haberse estancado la economía española, ahora estaríamos hablando de supuestos políticos nada tranquilizantes, como los preconizados por Pablo Iglesias en una subasta izquierdista a la que los socialistas tienen la tentación permanente de sumarse. Y fue una decisión responsable situar la recuperación económica porque asumía todos los costes derivados de una política aparentemente sin brillo, pero política al fin y al cabo, incluso más eficaz. Cuando la oposición rozó con la punta de los dedos un gobierno presidido por Pedro Sánchez con el apoyo de Rivera e Iglesias repartiendo ministerios, quedó claro que el único que tenía un proyecto fiable que ofrecer era Rajoy. Manejó sus tiempos, supo entender lo que la mayoría de la sociedad española reclamaba y se hizo con esos votos. En aquel momento, España estuvo con un Gobierno en funciones durante diez meses y en pleno desafío independentista en Cataluña. Fue un momento especialmente delicado y Rajoy lo administró con sentido de Estado, haciendo cumplir la ley y no sólo con un mero exhibicionismo verbal. No quiso entrar en las provocaciones del independentismo y midió mucho cada paso. La aplicación del artículo 155 se hizo con todas las consecuencias legales –que no son otras que ordenar que se cumpla la Constitución allí donde se desobedezca–, para recuperar el autogobierno y no causar males mayores; el «proceso» se encuentra ahora en un callejón sin salida. Podría haber sido de otra manera, pero ha sido Rajoy quien tomó las decisiones –una de las más importantes de nuestra democracia– y ha asumido los riesgos. Hablar de liderazgos sólo en el sentido de poseer un hipercarisma va acorde con un populismo muy actual, pero de poca consistencia. En los momentos más difíciles ha sido Rajoy quien ha estado al mando del Gobierno y quien ha mantenido vivo y fortalecido el espíritu del 78, cuando ha habido demasiadas voces que pedían liquidarlo o revisarlo como un apaño entre bambalinas. Rajoy ha acabado demostrando que es de los pocos líderes políticos españoles que actúa conforme a los hechos reales. Pensar en su relevo cuando no ha agotado su segunda legislatura es una temeridad.