Semana Santa

Respeto a las tradiciones militares

La Razón
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El desembarco en el puerto de Málaga del Cristo de la Buena Muerte, patrón de la Legión española casi desde su fundación en 1920; su marcha a hombros y brazos legionarios a través del casco antiguo de la bella capital mediterránea, y su llegada a la explanada del templo de Santo Domingo bajo las notas vibrantes y la letra llena de sentimiento del «Novio de la Muerte» ha sido, un año más, seguida con devoción y admiración por miles de malagueños, en uno de los actos centrales de su Semana Santa. El hecho de que la ministra de Defensa, Dolores de Cospedal, y los titulares de Interior y Justicia, Juan Ignacio Zoido y Rafael Catalá, respectivamente, hayan asistido en Málaga a la procesión del también conocido como «Cristo de Mena» –aunque la talla original de 1660, debida al escultor granadino, fue destruida durante la quema de iglesias en mayo de 1931– ha provocado las consabidas críticas de la izquierda más radical, que, como siempre, pretenden la confusión de conceptos, como el laicismo, con la inicua supresión de cualquier manifestación religiosa, con mayor saña en las muestras de fervor popular del catolicismo. Así, la procesión del Cristo legionario, por lo que supone de especial imbricación entre la milicia y el pueblo, pero, también, por su espectacular imaginería, que la proyecta internacionalmente, ha sido siempre denostada desde la izquierda, que ya en tiempos del último Gobierno socialista, procuró sin éxito su desnaturalización. Lo mismo ocurre con otros actos simbólicos, entrañablemente entroncados con nuestros Ejércitos, que tienen lugar durante la Semana Santa, como que la bandera nacional ondee a media asta en los acuartelamientos o que los fusiles se lleven a la funerala –con el cañón hacia abajo– en señal de respeto por la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Son tradiciones que se pierden en la noche de los tiempos y que sólo ofenden a quienes hacen militancia del odio a la Iglesia. Sería, por otra parte, absurdo que las Fuerzas Armadas españolas no estuvieran firmemente concernidas por unas tradiciones que son, en definitiva, las del pueblo a quien deben servir unos soldados surgidos de ese mismo pueblo. Durante el Jueves y el Viernes santos, más de 250 procesiones y pasos están vinculados de una manera u otra a los Ejércitos de España, y desfilan entre la veneración de los fieles y el respaldo popular. Quedan lejanos los tiempos en que se imponía desde el poder una celebración estricta de la Semana Santa, con cierre general del comercio y suspensión de cualquier actividad relacionada con otro tipo de ocio. Hoy, el carácter vacacional de estas fiestas alcanza a todos, con independencia de sus convicciones, y a nadie se obliga a seguir las reglas y los mandatos eclesiásticos. Estamos, pues, ante una cuestión de respeto a la libertad individual, que nadie pone en duda, pero, también, ante la demostración de la tradición popular, muy arraigada entre los ciudadanos de todas clases, cuyos derechos también deben ser tenidos en cuenta por las instituciones del Estado. En primer lugar, porque la Constitución española, al mismo tiempo que declara la neutralidad religiosa del estado y su aconfesionalidad, establece que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán relaciones de cooperación con la Iglesia católica. Sin duda, la ministra de Defensa, Dolores de Cospedal, ha cumplido con su función, desde el respeto al espíritu de las leyes y a las tradiciones de las Fuerzas Armadas. Ciertamente, en España existe la separación entre la Iglesia y el Estado, pero ello no supone, contra lo que piensan algunas izquierdas, que sea legítimo suprimir la expresión religiosa. Eso no es laicismo, sino totalitarismo.