Rusia
Responsabilidad moral de Putin
Si bien es todavía demasiado pronto para poder deslindar las responsabilidades directas del derribo de un avión de pasajeros sobre el espacio aéreo ucraniano, terrible tragedia que ha causado la muerte de 295 inocentes, sí existe una responsabilidad indirecta, política y moral, que sólo cabe atribuir a la injustificable actuación del Gobierno ruso a lo largo de todo el conflicto civil que asola el este de Ucrania. A nadie se le oculta que sin la voluntad de Vladimir Putin, sin el correspondiente apoyo militar de Rusia, sin su aporte incesante de hombres y armas, las milicias separatistas sublevadas en la región de Donetsk hubieran tenido que retirarse hace ya tiempo, una vez que la realidad, despejada la bruma de la propaganda, ha demostrado la falta de un firme apoyo popular a la secesión. Los hechos conocidos hasta el momento apuntan, además, a la culpabilidad de los separatistas, que en los últimos días habían derribado varias aeronaves ucranianas por medio de misiles de largo alcance. Incluso una de estas baterías tierra-aire, del tipo estándar ruso SA-17, según el código de la OTAN, fue vista el pasado jueves en la ciudad rebelde de Sinzhne – objetivo reiterado de la aviación ucraniana– por periodistas de la agencia estadounidense AP. Habida cuenta de las dimensiones de estas lanzaderas, y de que precisan de varios vehículos de apoyo, parece difícil que hubiera podido cruzar la frontera sin la complicidad de las autoridades del Kremlin. Éstas son las consecuencias de la estrategia oportunista de un dirigente político que pretende rebobinar la historia, como si la caída de la Unión Soviética, a la que sirvió en las filas de la terrible KGB, no hubiera sucedido. De un político nacionalista que sueña con la restauración territorial del imperio, pasando por encima de los acuerdos internacionales firmados y rubricados, y que siempre ha aprovechado las turbulencias internas de las antiguas repúblicas de la URSS para ampliar sus posiciones, con la misma justificación etnolingüística que emplearon los nazis para anexionarse los sudetes. Así ocurrió en Moldavia, en Georgia y, ahora, en Ucrania, donde la muerte ha cruzado la frontera para golpear a quien menos podía imaginarse. Pero si a Putin hay que atribuirle esa responsabilidad moral que señalamos, tampoco deben considerarse ajenos quienes, desde Occidente y pese a la palabra dada, se han demostrado incapaces de oponerse a su política de agresión, atenazados por el temor a las consecuencias económicas de una ruptura con quien no deja de ser su principal cliente y suministrador de energía. Es de esperar que, ante lo sucedido, ante el asesinato de esas 295 personas del todo ajenas al conflicto, la Unión Europea y los EE UU actúen con la firmeza y la determinación que han faltado. Porque de Putin depende que se termine esta tragedia.
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