Debate de investidura

Sánchez esconde su fracaso con un simulacro de investidura

La Razón
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Tras la fracasada investidura de Mariano Rajoy, la situación política abierta es de confusión. Aunque todavía no están agotados todos los plazos constitucionales para anunciar de nuevo elecciones generales, que deberá hacerse dos meses después de la primera votación, celebrada el pasado 31 de agosto, todo indica que la situación dejada por la negativa de Pedro Sánchez a permitir –mediante la abstención– que saliera adelante la candidatura del líder popular obligue a la tercera convocatoria de comicios en un año. Mañana, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, se reunirá con el Rey para analizar los pasos que deben darse en este momento. Cabe la posibilidad de que se abra una ronda de consultas con las fuerzas parlamentarias o esperar que se consuma el tiempo hasta el próximo 31 de octubre, momento en el que las Cortes se disolverían automáticamente. Hay otra posibilidad que Sánchez ha insinuado, pero que no ha planteado abiertamente, suponemos que para no anticiparse a su propio fracaso: reeditar la mayoría de las «fuerzas del cambio» para presentarse a la investidura. Según la experiencia de los pasados días 1 y 4 de marzo, nada indica que el PSOE pueda agrupar votos suficientes para llevarle a La Moncloa. Dados los resultados obtenidos en aquella ocasión (131 votos a favor), todo hace pensar que construyó el ardid de que a los escaños de Ciudadanos podía añadir la abstención necesaria de Podemos. No fue así. Lo que sucedió entonces fue que el discurso de Pablo Iglesias en aquella sesión de investidura fue una de las piezas parlamentarias más patéticas que se recuerdan por estar dedicada al beso que éste se dio con un correligionario. Todo, para votar no. Ahora, Sánchez hace de nuevo un gesto taimadamente ambiguo, teatral hasta la parodia, para trabajar «sin descanso, con humildad y generosidad» para poder entenderse «entre todas las fuerzas políticas del cambio». La sintonía entre los tres líderes que formarían esta mayoría de las «fuerzas del cambio», Sánchez, Iglesias y Rivera, evidencia un desencuentro absoluto que no ocultan en público y exhiben como una garantía de su identidad. El desprecio mutuo que siente el PSOE hacia Podemos es el mismo que éstos sienten hacia Ciudadanos y viceversa. ¿Ésta es la mayoría que querría gobernar España? Limitándonos a la pura aritmética, imaginar un acuerdo entre PSOE, Podemos y el resto de formaciones independentistas –sumarían 175– es situarnos en un escenario que supondría abrir la puerta para la liquidación del socialismo español. Por lo tanto, ¿qué pretende Pedro Sánchez anunciando que quiere reeditar aquel fracasado acuerdo? Es una operación de simulación y entretenimiento para eludir toda la responsabilidad ante el desastre que supondría volver a repetir, por tercera vez, elecciones, estando en sus manos la posibilidad de permitir que haya un Gobierno y poder ejercer de oposición. Es una jugada de un nivel político a la altura de su liderazgo. Si Sánchez sabe que nunca podrá sumar los votos de Podemos y Ciudadanos y que, por lo tanto, su supuesta investidura –en el hipotético caso de que Felipe VI se lo vuelva a encargar– no sobrepasaría, en el mejor de los casos, los 156 votos afirmativos, su jugada sólo responde a una desinhibición irresponsable. Una más. Es urgente que el PSOE retome una estrategia sensata y realista en su política de alianzas si no quiere poner en peligro su papel de fuerza de gobierno y, lo que sería peor, la estabilidad nacional. Que Sánchez deje de jugar y admita que su estrategia obstruccionista a Rajoy ha sido un fracaso.