Barcelona
Ser catalanes en España
El mensaje expresado ayer en Barcelona por miles de manifestantes fue sencillo, claro y de un civismo ejemplar: queremos ser catalanes y españoles. Con ese mismo lema se han construido los años más prósperos y libres de Cataluña. Muchos de los asistentes insistían en que esa expresión llena de «seny» no debería ser noticia y habría de convertirse en normal. Y no hay mayor normalidad de vivir en tolerancia sin necesidad de pedir en la calle lo que está escrito en las leyes: que se tenga en cuenta que Cataluña no puede ser constreñida por un Gobierno nacionalista. Sin duda, resuenan las palabras expresadas por el presidente Adolfo Suárez hace treinta y siete años: «Elevar a la categoría de normal lo que a nivel de calle es plenamente normal». En la cita de ayer hubo más manifestantes que el año anterior, en contra de aquellos que auguraban con desdén y soberbia que a España sólo la podían defender cuatro trasnochados. Sin duda, no se referían a la España constitucional que ha permitido unas cotas de autonomía impensables en cualquier país de Europa. No fue así, ni sirvió la estrategia de intoxicación de decir que el 12 de octubre sólo convocaría a un reducto de la extrema derecha. La convocatoria fue importante y, por encima de los números, hay que destacar dos hechos: el respeto a las instituciones democráticas y la pérdida del miedo a expresar que Cataluña es plural. Se ha roto una frontera custodiada por una idea largamente cultivada: quien no aceptaba el ideario nacionalista en algunas de sus variedades e intensidades –ahora es el discurso victimista y falso del expolio– estaba fuera del sistema. Secuestrados por esta idea maniquea, los dirigentes socialistas del PSC no acudieron a la manifestación, optando por seguir participando en un proceso soberanista rechazado por sus propias bases. Si la convocatoria de manifestación ha tenido más eco es por la alarma social que ha provocado el proyecto separatista encabezado por la primera autoridad de Cataluña y su uso desleal de las instituciones así como la irresponsabilidad de dividir a los propios catalanes. Artur Mas debería tener en cuenta al conjunto de la sociedad, porque Cataluña es plural y toda construcción nacional basada en la exclusión de una parte de sus ciudadanos sólo llevará a la fractura social, de la que empieza a haber signos alarmantes. Es sintomático que lo que ayer se expresó no se diferencia del catalanismo moderado e integrador: ser catalán es una forma de ser español y es en el ámbito de la Constitución y el Estatuto de Autonomía donde se respeta la propia identidad bilingüe. Mientas las «senyeras» desaparecen de la iconografía independentista, ésta aparece en manifestaciones como las de ayer. Hoy en día, el mayor enemigo de Cataluña es el nacionalismo. Como apuntó ayer el Príncipe de Asturias: «Es un día para celebrar lo que nos une, recordar nuestra historia milenaria y valorar lo mucho que hemos conseguido juntos».
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