Santiago de Compostela

Un inexplicable fallo humano

El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, confirmó ayer que la Policía había detenido por un delito grave de imprudencia al maquinista del tren Alvia que descarriló en Santiago de Compostela. El conductor, Francisco José Garzón, que todavía permanece hospitalizado, bajo sedación, e ignora el alcance de la tragedia, ya había sido imputado por el juez. Se le tomará declaración cuando los médicos lo autoricen y, en el plazo subsiguiente de 72 horas, será puesto a disposición judicial. El Código Penal vigente castiga con una pena de uno a cuatro años el delito de homicidio por imprudencia, aunque el artículo 76 específica que en el caso de que se haya producido más de una muerte no se cumplirá más del triple de la pena mayor. Estamos, pues, ante una imputación que puede acarrear al acusado, de ser hallado culpable, hasta doce años de prisión. Se impone, por lo tanto, la máxima prudencia a la hora de repartir culpabilidades y es de alabar la discreción con la que las autoridades están llevando a cabo la investigación del accidente. No es posible negar, sin embargo, que todos los indicios apuntan hacia el exceso de velocidad como la causa principal del descarrilamiento. Las grabaciones de las dos cámaras de seguridad que cubrían el tramo de vía maldito –la primera, situada a la salida del túnel– dejan pocas opciones a la duda. Además, obran contra el maquinista las conversaciones por radioteléfono que mantuvo con la central de Renfe nada más producirse la catástrofe, en las que reconoce, en pleno shock, que iba a 190 kilómetros por hora, en una zona limitada a 80, y que intentó frenar cuando saltó la alarma de exceso de velocidad. Pero frente a estos indicios tenemos el expediente laboral impoluto de un trabajador del ferrocarril con más de treinta años de experiencia, que conocía perfectamente el material a su cargo, que había hecho ese mismo recorrido más de sesenta veces en el último año, al que no podían sorprenderle las limitaciones técnicas del trazado, y que acababa de tomar el relevo en la estación de Orense, con lo que puede descartarse la fatiga. Y aun así, inexplicablemente, no redujo la marcha. Si de algo sirve el análisis de un accidente es para que se puedan adoptar aquellas medidas que, contribuyan a evitar que se repita. Por eso debemos insistir a las autoridades para que, sin prisas y sin ceder a presiones externas de ningún tipo, examinen lo ocurrido en todas sus posibles causas. Disponen de los medios y de los especialistas adecuados. Es inevitable que cuando se produce una tragedia de tan gravísimas consecuencias los ciudadanos demanden explicaciones y exijan responsabilidades. Es un derecho que nos asiste a todos, pero, también, es un deber no prejuzgar desde el desconocimiento.