Relaciones internacionales

Un mensaje muy nítido de Trump

La Razón
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El bombardeo de una base aérea siria por dos destructores lanzamisiles norteamericanos no sólo supone una respuesta proporcionada al incumplimiento por parte de Damasco del acuerdo firmado en 2013 sobre la eliminación de su arsenal químico, sino, también, un cambio radical en la percepción del conflicto sirio del presidente Donald Trump, de cuyas motivaciones sólo se puede especular. Ayer, los principales asesores militares de la Casa Blanca señalaron –con un «alto grado» de convencimiento– que el régimen de Al Asad era el responsable del ataque con gas sarín contra la localidad de Jan Shijúnel, en el que murió un centenar de personas, entre ellas más de veinte niños; que los aviones sirios que realizaron el bombardeo químico habían operado desde la base de Shayrat, atacada como represalia por los buques norteamericanos, y que Moscú es corresponsable de lo ocurrido, ya que fueron técnicos del Ejército ruso los que verificaron en su momento que Damasco había destruido su arsenal ABQ, lo que no ha resultado cierto. Asimismo, indicaron que el presidente Trump había elegido el tipo de represalia a adoptar, en este caso militar, de entre varias opciones y que firmó la orden de operaciones antes de la cena con su homólogo Chino, Xi Jimping, que se encuentra de visita oficial en Estados Unidos. Si hemos descrito con cierto detalle el proceso de toma de decisión de la Casa Blanca es porque revela algunas claves para valorar el sorprendente cambio de opinión de su inquilino, la misma persona que en 2013 se oponía pública y vehementemente a cualquier intervención norteamericana en Siria, que no consideraba que el uso de armas químicas por parte de Al Asad fuera suficiente para actuar y que, además, exigía a su antecesor, Barack Obama, que antes de tomar una decisión obtuviera la autorización expresa del Congreso. En definitiva, que Trump ha acabado por llevar a cabo lo que no se decidió a hacer Obama en su momento. Pero lo que de verdad importa, más allá de motivaciones personales, es que la nueva Casa Blanca ha marcado claramente distancias con Rusia –en la base bombardeada había efectivos militares rusos–, desmentido de un plumazo el supuesto retorno al «espléndido aislamiento» –en su comunicado oficial, Trump se refiere tanto a la defensa de Estados Unidos como a la del resto del mundo–, y reafirmado la postura de Washington de no transigir en el conflicto de Siria con una solución que incluya la permanencia del régimen de Al Asad. Como era de esperar, la acción de represalia ha recibido el respaldo unánime de los aliados de Estados Unidos en la OTAN, en la UE y en Oriente Medio, aunque se trata de un acción militar llevada a cabo fuera del marco legal del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El problema es que, a estas alturas, con Rusia y China ejerciendo su derecho de veto en defensa del Gobierno de Damasco, nadie espera que la ONU sea capaz de sacar adelante sus resoluciones sobre la guerra civil de Siria. Ciertamente, el ataque norteamericano supone una escalada de la tensión con Rusia, cuyo presidente, Vladimir Putin, no está dispuesto a perder posiciones estratégicas en el Mediterráneo oriental, en especial las bases navales sirias, pero no parece que Moscú esté en disposición de tomar medidas de carácter militar contra Estados Unidos, respaldado por la OTAN. La única solución, a fuer de pecar de ingenuos, es un acuerdo entre las dos grandes potencias sobre el futuro de Siria, en el que no deberían caber ni la tiranía basista de Damasco ni el terrorismo yihadista suní. Por lo menos, Washington ha demostrado que no renuncia a sus obligaciones internacionales.