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Un PSOE sin Podemos
Sin rivales de peso, una vez que la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, confirmó su renuncia a competir en unas primarias, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, fue proclamado ayer por aclamación como candidato a la presidencia de Gobierno en las próximas elecciones generales. Sin sorpresas, pues, en un partido que ha sido clave en la reciente historia de España, como formación hegemónica de la izquierda, pero que se encuentra en una difícil encrucijada atrapado entre la tentación populista y la fidelidad a los principios de centralidad que, tras la renuncia al marxismo decidida por Felipe González, han informado al socialismo español desde la Transición. Ayer, toda la escenografía del acto de presentación del candidato, desde la gran bandera de España que presidió el escenario –hecho inédito en los actos multitudinarios del partido– hasta el atildado atuendo de Pedro Sánchez, intentaba transmitir esa apuesta por la socialdemocracia de corte europeo con la que, al menos hasta las pasadas elecciones del 24 de mayo, se identificaba ideológicamente al PSOE. Asimismo, el discurso del candidato Sánchez volvió a reclamarse hijo de la moderación, la centralidad y el consenso social, y única alternativa desde el centro izquierda al Partido Popular y al actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Es, por supuesto, la mejor apuesta que puede hacer un Partido Socialista en horas bajas, con el menor número de apoyos populares desde 1979 y al que comienzan a pasarle factura en los sondeos de intención de voto sus acuerdos poselectorales con otras formaciones radicales y nacionalistas. Acuerdos que, si bien se explican en la necesidad de recuperar algunas parcelas de poder territorial, del que se hallaba apartado desde hace décadas, contradicen por la vía de los hechos las protestas de moderación y centralidad del discurso. Sin embargo, no es momento de hacer juicio de intenciones al secretario general de los socialistas, sino de incidir en la necesidad de que la vía preconizada ayer en el escenario del Circo Price de Madrid, de su renovada apuesta por la unidad de la nación, reflejada en la bandera de todos, no quede en mero tacticismo coyuntural. Pedro Sánchez posee las cualidades personales y políticas para encarnar esa vuelta a la centralidad del PSOE que los intereses de España, y los propios del partido, reclaman. Una centralidad que es, al mismo tiempo, la mejor baza para frenar la expansión de unos movimientos radicales populistas que pretenden, lisa y llanamente, convertir en una primera fase al socialismo español en un remedo del Pasok griego para, a continuación, hacerse con la hegemonía de la izquierda. Ése es el desafío del nuevo candidato: recuperar a unos votantes en nada cómodos con los radicalismos, sean del signo que sean.
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